Me muero de ganas de jugar al basket, pero la salud es lo primero». Lo que dice Sylvester Berg desde Dinamarca lo firman debajo sus once compañeros de la plantilla del Cáceres Patrimonio de la Humanidad, que están encerrados en sus respectivas casas esperando una cada vez más improbable reanudación de la LEB Oro 2019-20, señal de que la terrible crisis sanitaria del covid-19 se ha controlado.

Todos parecen bastante concienciados y, como la mayoría de la población, han tenido que reinventarse, lo que no significa cambiar por completo. Menos pisar el parquet e intentar meter canastas, a lo que se dedican básicamente es a realizar actividades hogareñas para las que no tendrían tanto tiempo en circunstancias habituales.

Además de seguir el plan de trabajo que les actualiza constantemente el preparador físico, Mario Díaz Hellín, la dedicación a la familia, la formación (tanto universitaria como baloncestística) y el ocio, sobre todo a través de los videojuegos, son tres ejes bastante comunes.

El deseo es común: volver a luchar en la pista y completar una temporada que estaba rozando lo excelente, pero que sea con seguridad sanitria. Además, a ninguno le agradaría tener que hacerlo a puerta cerrada, una sensación que los profesionales odian. «Desarrollamos nuestro trabajo para nuestra gente», reitera Luis Parejo, una de las ‘revelaciones’ de la cuarentena por su columna diaria en El Periódico Extremadura.

Todos intentan transmitir una actitud que resume bien Niko Rakocevic, uno de los que se ha quedado en Cáceres, donde reside todo el año junto a su pareja, Laura: «Suelo ser una persona realista. No peco de negativo pero tampoco de positivo y solo hay una cosa que tengo clara: ¡que el coronavirus va a tener que aguantarse, que no vamos a rendirnos sin pelear! Mientras tanto, seguiré en casa aprovechando lo que se echa de menos cuando tenemos que estar fuera». Y a las 20.00 horas son ellos los que aplauden en vez de ser los aplaudidos.