Un valiente, quizá un loco, un inconsciente, un zumbado, o tal vez un tonto. Nadie quiso interpretar ayer el papel de bufón del rey porque el pelotón sabía o intuía que fracasaría un ataque en toda regla a Alberto Contador en un Tourmalet desperdiciado con su cumbre a 70 kilómetros de la meta de Tarbes.

Nadie osó mover el árbol del Tour. Nadie quiso ni siquiera probarlo, aunque fuera para ganarse el aplauso de los miles de espectadores que poblaban las cunetas de la montaña más famosa de la ronda francesa, que ayer debió de sentirse ofendida y hasta desmitificada.

Posiblemente, desde 1910, cuando el pelotón del Tour ascendió el Tourmalet por una carretera de piedras y sin asfaltar, no se había visto una subida tan pobre, tan aburrida, tan sin sentido. Seguramente mitos de este deporte como Fausto Coppi, Jacques Anquetil, Louison Bobet, Charly Gaul o Luis Ocaña debieron removerse en sus tumbas. Ofendidos. Enojados. Cada vez está más claro: situar montañas de aparente dureza con decenas de kilómetros de llano tras afrontar el descenso no sirve de nada. ¿Quién se mueve? Generaciones de corredores que solo están acostumbrados a atacar en el último puerto

DISEÑO INCOMBRENSIBLE Y si a estas dos consideraciones se añade el hecho de que todo el mundo sabe que el Tour tiene patrón y que este dueño no va a tolerar un demarraje serio, entonces sucede lo de ayer, una etapa de los Pirineos con los monumentos del Aspin y el Tourmalet en su ruta que casi se resuelve en un esprint masivo. Una etapa que Oscar Freire podría haber enmarcado para presumir dentro de unos años de que él había sido capaz de imponerse en una jornada considerada de alta montaña.

A veces no se entiende qué busca el Tour diseñando jornadas como la de ayer,o como las etapas que se presentan entre el martes y el jueves. ¿O tal vez sí ¿Quién ganó ayer? Pierrick Fedrigo. ¿Y de qué país es originario? De Francia. ¿Qué día del mes será mañana? 14 de julio, la fiesta nacional de los franceses, el día tradicional en que los corredores y equipos locales enloquecen para buscar una victoria.

Quizá todo se comprenda en que la única posibilidad que el ciclismo francés tiene en este Tour de lucirse es consiguiendo triunfos en escapadas, como la de ayer, y como las que se aventuran hasta el jueves, con el paréntesis de la jornada de reposo de hoy.

Desde Bernard Hinault (1985) un francés no sube a lo más alto del podio de París. Ahora las cuestiones que cualquier aficionado se formula giran a alrededor de Contador, Lance Armstrong, Carlos Sastre, Andy Schleck o Cadel Evans.

El Tour ha evitado, con unos Pirineos afeitados cual astas de un toro engañoso, que su carrera quede resuelta a la primera semana y ha intentado favorecer el lucimiento de sus corredores. Y lo ha conseguido. Ya llevan tres victorias: Thomas Voeckler, en Perpinyà, el debutante Brice Feillu, en Arcalís, y ayer Fedrigo, en Tarbes. Sin embargo, estos hechos no tienen que esconder otra realidad. Nadie se fía de Contador y entre todos lo conducen en carroza, aunque alguno puede que no sea del séquito.