Mikel Iturria corría por las tierras de Iparralde empujado por todos los colores del verde bajo un sol de plomo que el sol quería romper. Eran tierras de viejas brujas, de las que quemaba la cruél Inquisición cuando cualquier ofensa se pagaba con el fuego. Corría Iturria empujado por decenas de voces que chillaban su nombre, porque cuando la Vuelta se acerca a las tierras del norte llegan los aficionados con sus ikurriñas y con su cariño hacia el ciclismo. Era Urdax, la Navarra de Miguel Induráin.

«¡Hazte el muerto!», le gritaba desde el coche del Euskadi-Murias Jon Odriozola, el mánager del equipo. Iturria se sentía feliz porque haciéndose el muerto, colándose en la fuga bendecida por un pelotón que llegó 18 minutos más tarde, podía atacar al resto de integrantes de la fuga. Demarró desde la última posición para sentirse tan vivo que sufría pensando que en cualquier momento lo podían pillar. «En el último repecho antes de meta los vi tan cerca y creí que me pillaban».

Nunca había ganado nada como profesional. Vive a 64 kilómetros de Urdax, en Urnieta (Guipúzcoa), así que unos días antes de empezar la Vuelta se preguntó por qué no coger la bici e ir a conocer el final de la 11ª etapa de la Vuelta. Solo por si se producía la fuga. Todos sabían desde semanas antes del inicio de la carrera que después de la contrarreloj de Pau y antes de la dureza prevista en Bilbao y Los Machucos, las figuras se tomarían el día relajados.

OBREROS DEL PELOTÓN / Era una jornada para los obreros del pelotón y para que sonase el nombre de Iturria. Quería recompensar a la afición vasca y comprobar lo efectivo que había resultado el viaje en bici que hizo para conocer Urdax, sus carreteras y sus praderas. «Solo vine a disfrutar de la bici». Y regresó para sufrir y resistir a sus perseguidores en un kilómetro final que se le convertía en una agonía; unos pocos metros, apenas asfalto entre él y sus perseguidores. A falta de 10 metros se giró. Entonces vio que no venía nadie y levantó los brazos sin arte, porque él no está a costumbrado a exhibirlos con garra como hace Valverde o imitando el disparo de una pistola como hacía Contador. «Soñé tantas veces con esto que todavía no me lo creo», repetía minutos después de lograr la cuarta victoria española en esta Vuelta que ahora domina Roglic.