Muchos podrán tener aún el disgusto metido en el cuerpo por el hecho de que el Al-Qazeres no haya conseguido el ascenso a la superélite del baloncesto femenino español. Pero una reflexión serena no llevará a ninguna otra conclusión que a convenir que lo aportado por el club extremeño dejará una huella en positivo incuestionable. Era complicadísimo que una entidad que debutaba en la categoría pudiera hacer lo que ha hecho. Bien es cierto que con sinergias de la anterior --de pura lógica es reconocer lo que supuso el Femenino Cáceres y a los que hicieron posible su supervivencia durante tanto tiempo--, ha sido un éxito del club no refrendado con el premio mayor, pero sí satisfecho en el frío balance global.

En un caso similar al del Arroyo de voleibol, que aún puede subir a la máxima categoría, el deporte colectivo femenino está siendo una bocanada de aire fresco en Extremadura, desestructurada en sus bases y en una peligrosa espiral.

En estos días, las noticias sobre, por poner un ejemplo tan diáfano como ilustrativo, las vergonzosas elecciones a la Federación Extremeña de Fútbol se contraponen a la limpieza competitiva y vivencial de clubs como los citados, al tiempo que eleva a la categoría de estrellas --sí, sí, para mí estrellas, desde su modestia-- a un puñado de deportistas individuales que sí pasean el nombre de la región con orgullo y triunfos: las atletas Tania Carretero, Sonia Bejarano, Teresa Urbina o Cristina Jordán; las nadadoras Paloma Marrero o Fátima Gallardo; las judocas Conchi Bellorín o Angeles López... vaya, me están saliendo todos nombres femeninos. Pues ahí paro: hoy me pide el cuerpo romper una lanza por nuestras féminas, por su trabajo... y por su limpieza.