Roger Federer ya tiene ese título que le obsesionaba y Francia, el campeón que ansiaba desde hace mucho tiempo. Sin Rafael Nadal en la central de Roland Garros para impedirlo, esta vez el exnúmero uno mundial pudo subir al podio para recibir la Copa de Los Mosqueteros y escuchar el himno suizo mientras sobre sus mejillas volvían a resbalar las lágrimas.

Esta vez Federer lloró de alegría y no desconsoladamente, como había hecho unos meses antes en Australia al perder la final ante Nadal. Ayer, Federer ganó al sueco Robin Soderling por 6-1, 7-6 (7-1) y 6-4 y no dejó escapar la oportunidad de cerrar el círculo y convertirse en el sexto tenista que, al menos una vez, ha inscrito su nombre en el palmarés de los cuatro grandes: el Abierto de Australia, Roland Garros, Wimbledon y el Abierto de EEUU, aunque eso sí, no en el mismo año como han hecho únicamente el estadounidense Donald Budge (1938) y el australiano Rod Laver (1962 y 1969).

COMO AGASSI "Este es un momento mágico. Por una vez estoy en este podio como ganador. Posiblemente sea el que más presión me ha quitado de encima. Ahora ya puedo jugar tranquilo el resto de mi carrera. Ahora ya nadie más me podrá decir que no he ganado Roland Garros", aseguró Federer poco después de recibir el trofeo de manos del estadounidense Andre Agassi que, igual que él, también logró levantar la misma copa en París, con 28 años (uno más que el suizo), en un día también frío y lluvioso como ayer, ante el ucraniano Andrei Medvedev, que le arrebató los dos primeros sets a Agassi (1-6, 2-6, 6-4, 6-3, 6-4).

Federer no necesitó sufrir en la pista y apurar los cinco sets, como hizo el estadounidense. El exnúmero uno del mundo entró ayer con la seguridad que le daba haber ganado a Soderling en las nueve ocasiones que se habían enfrentado antes, la última de ellas hacía unas semanas en Madrid (6-1, 7-5).

Desde el primer momento puso el listón muy alto al verdugo de Nadal en París este año y que recibió la única gran ovación cuando el presentador lo anunció durante la presentación de la final.

Federer tomó el mando, se plantó sobre la línea de fondo y empezó a repartir juego. Se trataba de sacar al sueco de su zona preferida y evitar que entrara en la pista con sus potentes golpes. Soderling encajó un 4-0 en 13 minutos y cedió la primera manga por un contundente 6-1. Federer solo perdió un punto con su saque y rompió en tres ocasiones el poderoso servicio del sueco. Mejor imposible.

Soderling, número 25 mundial, no encontró las armas con las que eliminó al tetracampeón Nadal en los octavos de final y a otros especialistas en tierra como David Ferrer, Nikolai Davydenko y, en semifinales, a Fernando González. En la cabeza del sueco pesaba la presión de jugar su primera final grande, contra las 19 disputadas por Federer.

ESPONTANEO Pero la irrupción en la pista de un energúmeno, el impresentable Jimmy Jump, que se saltó la seguridad para intentar colocarle una gorra a Federer al inicio del segundo set, desestabilizó por unos minutos al tenista suizo. "Me ha dado un susto", dijo Federer que, según la ley francesa, si presentase una demanda le podría mandar a prisión hasta cuatro años por su bromita. Su protagonismo en los grandes acontecimientos ha pasado de ser una graciosa anécdota a un capítulo muy desagradable que nadie puede entender a estas alturas.

Soderling aprovechó el desconcierto para mantener la igualdad hasta forzar el tie break . Pero entonces Federer recuperó su mejor juego para apuntárselo por 7-1 con tres aces (logró 16 en la final). No hubo mucho más. Federer rompió el saque del sueco en el primer juego del tercer set y mantuvo esta ventaja hasta ganar el partido, eso sí, después de ceder las dos únicas bolas de break en todo el partido, más producto de su ansiedad por ganar que de los aciertos de Soderling.

Después de 49 partidos jugados en Roland Garros (debutó en 1999) y tras cuatro finales consecutivas disputadas en París, Federer pudo ver cumplida su gran obsesión: ser campeón del torneo francés, aunque no en ese escenario perfecto que imaginaba, con Nadal al otro lado de la red, como hizo el tenista mallorquín el año pasado en la hierba de Wimbledon donde, si no hay novedad, le espera el número uno del mundo dentro de dos semanas.