Años de estudios, progresos y enseñanzas en todos los niveles de la gestión de personas nos van acercando poco a poco al modelo más aceptado de que las personas no son máquinas.

Las personas son el centro de toda actividad, son las que pueden hacer que un negocio tenga éxito o bancarrota, pueden hacer que sus alumnos aprendan o aborrezcan la asignatura, son los que pueden hacer que un simple hecho cotidiano se convierta en una fuente de felicidad y bienestar.

Esto lo estamos consiguiendo, o eso creemos, en nuestra sociedad del día a día, pero en el deporte, en la amplificación de las capacidades físicas e intelectuales del ser humano, en la búsqueda de los límites, es donde encontramos un claro ejemplo de todo ello, de trabajo en equipo, de objetivos, de esfuerzo, de imposibles superados, de retos colectivos inverosímiles.

El deporte coloca al hombre en el centro, no sólo a su físico, sino a sus sentimientos, sus potencialidades, por eso el 'coaching' surgió del deporte.

Sin embargo, la dinámica del deporte profesionalizado, la industria deportiva, están queriendo involucionar el deporte desde sus orígenes, las marcas deportivas sólo quieren deportistas que ganen siempre, a los aficionados sólo les valen las victorias de sus equipos, la prensa ensalza y critica miope sin ver más allá del resultado, sin escudriñar en la historia humana que hay detrás de cada gesta, de cada derrota, de cada deportista, los Estados, esos garantes y protectores del deporte para todos y del deporte de alto nivel como representación y modelo, quieren cuantificar y hacer eficientes las inversiones, propias y de terceros, en medallas deportivas.

Ese no es el camino del deporte, por eso no me preocupa que ningún extremeño haya asistido a los europeos de cross tras muchos años de presencias y éxitos, mientras haya atletas que quieran luchar por ir otros años, mientras haya niños que sueñen con emularlos y mientras haya entrenadores que quieran ayudarles a lograrlo.