Ni un motivo de relajación. Ni uno solo. Pep Guardiola, el técnico del Barcelona, anda con los ojos bien abiertos. Más que de costumbre. Mañana, está Europa en juego. Y con el 1-1 de la ida ante el Olympique de Lyón, él no está nada tranquilo. Para Guardiola, el partido ya hace horas que ha empezado. No quiere que su equipo, clasificado para la final de Copa, liberado de la angustia, y aliviado por los seis puntos de distancia con el Madrid, se enrede ahora en la Champions. Por eso, ha modificado la rutina diaria, alterando todas las costumbres del Barça.

Pero todas, todas. Desde el entrenamiento previo --será hoy a las 11 de la mañana cuando habitualmente es por la tarde-- hasta el hotel de concentración. Abandonan uno ubicado al lado de la Diagonal y se marchan esta tarde al Tibidabo, al exclusivo hotel La Florida. Lejos del ruido, con la ciudad a sus pies, antes de que mañana por la noche el Camp Nou se encienda para vivir una de esas grandes noches europeas. No tanto por el rival --el Olympique no es un equipo que levante multitudes-- sino porque el barcelonismo ha tendido ilusionado la mano al proyecto de Guardiola.