Hierve el agua en la boca. Hace calor en el pelotón del Tour. Suerte que corre el aire, el que provocamos nosotros mismos a 52 kilómetros por hora. Hay una orden que nadie ha escrito. Que no se mueva nadie. Los equipos con velocistas se han propuesto echar la norma que indicaba que el día terminaría con una escapada consentida en Dignes. Lo ha intentado mi compañero Iván. Ha estado cerca, pero todos aquellos que tenían esprinters en sus filas han puesto un ritmo endemoniado.

¿Quién dijo que el día sería tranquilo? Solamente hemos gozado de alrededor de unos 10 kilómetros de calma, después de formarse la fuga en la que iba Iván. Pero nada más. Casi no tenías ni tiempo de mirar en el pulsómetro la temperatura. Hacerlo, sin embargo, todavía te hacía sudar mucho más. Hemos llegado a 38 grados, casi para coger una insolación.

Al capturar a Iván no ha hecho ni falta que Alejandro y yo nos mirásemos. Teníamos que intentar mover el pelotón en el pequeño puerto que había antes de meta para ver qué podía pasar. Ahora creemos que el día del Tourmalet fue eso, simplemente una jornada para olvidar, porque tanto Valverde como yo nos encontramos bien, aunque en una posición incómoda. Con cinco o seis minutos perdidos ni estás metido plenamente en la pelea por la general ni gozas de la suficiente diferencia como para que te permitan moverte y poder entrar en una escapada. Hoy a Alejandro y a mí no nos han dado un metro de gracia. Casi te alegra que sigan considerándonos dos ciclistas peligrosos.

Ahora llegan los Alpes. Sigo observando que Evans, a pesar de llevar el maillot amarillo, se muestra demasiado tenso en carrera. No sé. Lo veo rígido sobre la bici. En cambio, Menchov transmite mayor tranquilidad. Es el tipo más frío del pelotón, lo que lo hace ser diferente al resto de corredores. Sastre, en cambio, siempre está rodeado por su equipo. Hablar de Sastre es hablar del CSC. Nunca se desconcentran y afrontan el peligro en conjunto.

*Ex campeón del Tour