Una generación de cacereños aún se relame con el recuerdo de aquellos días de 1992 en los que todos empezamos a saborear las esencias más íntimas del baloncesto y de la victoria. El ¿irrepetible? ascenso tuvo al bonachón-gigantón Okac como imagen una de sus imágenes más significativas, junto con el nervio de Martín Fariñas o ese tiro mágico de Freixanet. Pero el checo no es sólo romanticismo. Hace unos meses se demostró que sus 217 centímetros de estatura podían seguir siendo muy útiles en una categoría como la LEB. Once años después volvió un Jiri más viejo, pero también más listo, que hasta las metía de fuera. El hueco de uno de los nuestros es demasiado difícil de llenar en muchos aspectos, incluyendo lo barato que salía.

*Periodista.