Este pasado sábado ha sido especial para muchos niños extremeños que jugaban su primer partido de fútbol y por ende para sus padres, como es mi caso.

En la categoría zagalín (4-5 años) no hay competición oficial, pero se organizan concentraciones en las que se van jugando partidos entre equipos de localidades cercanas.

No parecían darle mucha importancia los chavales, quizás también porque no tenían claro a dónde iban y para qué. Sabían que era algo de fútbol pero no el entrenamiento de las tardes de diario que llevan haciendo apenas unas semanas. Esa mañana, además, lucían orgullosos sus flamantes equipaciones.

Algunos aún no conocen muchas reglas del juego que los entrenadores no tienen reparo en explicarles durante el transcurso del encuentro. En eso también hemos evolucionado para bien. La vocación puede ser la misma pero los técnicos están mucho mejor preparados. Los saludos al rival o a sus propios compañeros, seguir al dedillo las indicaciones, disculparse con el contrario por alguna patada o respetar las decisiones del árbitro, son las acciones en las que hacían más hincapié los preparadores, y ese es un buen inicio.

No cabía esperar otra cosa de este debut que un batiburrillo de niños detrás de una pelota sin mucho sentido. En la banda los padres novatos en estas lides nos conformábamos con conseguir los objetivos primarios de que los niños se diviertan, jueguen y si puede ser interioricen valores como el respeto, el compañerismo o la disciplina.

Pero entonces apareció la magia del fútbol. Esa que es tan difícil de explicar y que lo convierte en mucho más que una simple actividad extraescolar. Comienza el partido y los niños empiezan a competir. No lo habían hecho nunca y creíamos que no sabrían hacerlo. Arengados por sus compañeros del banquillo y por los padres más efusivos, todos muy correctos y la mayoría aplaudiendo las acciones de los dos equipos indistintamente, los niños parecían llevar dentro, de forma innata, esa parte competitiva que convierte este juego en algo más. Trenzaban jugadas más o menos elaboradas en ataque y se sacrificaban en defensa. Luchaban por cada balón como jamás lo habían hecho, ni de lejos, en un entrenamiento. Dieron lo mejor de sí mismos, en definitiva.

De vez en cuando vemos imágenes de barbaridades que jugadores, entrenadores, padres o aficionados hacen o dicen en partidos de fútbol de niños. Pero creo que vamos en el buen camino de aislar estos comportamientos.

Enhorabuena y gracias a todos los entrenadores, monitores, árbitros, padres… que cada semana trabajan y acompañan a los niños para que disfruten. Que luego ya el fútbol se encargará de poner su magia.