Rui Costa, vencedor de la Vuelta a Suiza de los dos últimos años, llegó al coche del Movistar con un cabreo de consideración. "¡Me ha eliminado! ¿Qué hacía?". Sus técnicos, Eusebio Unzué y José Luis Arrieta, le daban una palmada en la espalda. Poco más podían decirle.

El corredor portugués, en la táctica diseñada, tantas veces cambiada durante la etapa, estaba llamado a ser el escudero de Alejandro Valverde en los kilómetros finales. Con la meta de Bagnères de Bigorre a 30 kilómetros de la cima de La Hourquette d'Ancizan, la última de las cinco cimas programadas en la última etapa pirenaica, era una locura atacar.

El Movistar ya lo tenía claro. Misión casi cumplida, habían aislado a Froome, eliminado a todo su equipo, Porte incluido, habían probado al líder británico al pie del Peyresourde. Solo les faltaba la recompensa del triunfo de la etapa. Para ese honor, aparte de la segunda plaza de la general, también asegurada, tenían reservada a la figura de Valverde. Y Rui Costa debía ser el encargado de prepararle el esprint final.

Pecado de juventud

Dicen que la juventud hace cometer errores, precipitarse muchas veces y no escuchar los sabios consejos de quienes tienen más experiencia, directores que son como los entrenadores de fútbol, y de ciclistas curtidos en mil batallas como es el caso de Valverde.

Nairo Quintana solo tiene 23 años, es un escalador puro y duro, es un corredor que está empezando a marcar una época, es el líder de la clasificación del jersey blanco (los menores de 25 años) y quizá, quién sabe, tiene opciones de pisar el podio. Pero ayer se equivocó, se precipitó y echó por tierra la estrategia de su equipo, perfecta hasta que pasó a la acción.

Quedaban cinco kilómetros para coronar La Hourquette d'Ancizan. Hacía muy poco que Valverde había ordenado a Rubén Plaza que levantara un poco el pie, que bajara el ritmo de escalada. "Iba muy fuerte y era bueno reservarlo un poco para poder neutralizar los ataques que, sin duda, se iban a producir", explicó en meta el corredor murciano.

De repente, desde la parte derecha de la carretera, surgió Quintana con su jersey blanco. Una vez, dos, tres y hasta cuatro. Y en cada ocasión lo mismo, Froome, que se puso nervioso, salió en persona a su rueda. Detrás de él, Valverde y Contador, también muy atento. Pero esos demarrajes no entraban en la calculadora del equipo. Por eso, Valverde se acercó a él, fuera pinganillo , que se diese cuenta que debía apaciguar sus ánimos, que con cinco kilómetros de subida y 30 de bajada no iba a ningún lado. "¡Para, para, estate quieto". El joven colombiano le obedeció. Pero ya era tarde.