Ya se sabe que, cuando les interesa, la ley en el sofisticado, interesado y comercial mundo de la F-1 es papel mojado. O la cambian de un día para otro. No hay mejor frase para el club de los amigos de Bernie Ecclestone que esa que asegura que "hecha la ley, hecha la trampa". Pero hay una norma que, desde hace exactamente un año, se cumple, dicen, a rajatabla: del 1 al 15 de agosto nadie, nadie, nadie puede trabajar. No solo se cierran todas las factorías, fábricas, sedes y escuderías del Mundial de F-1 sino que se controla a dueños, jefes de equipo, diseñadores, ingenieros y pilotos, titulares y probadores, para que, en las siguientes dos semanas al GP de Hungria, no solo no puedan acudir a sus oficinas o talleres, sino que ni siquiera pueden intercambiar correos electrónicos con sus colegas, empleados o compañeros de fatiga. "Supongo que si nos pillan los ordenadores y nos descubren que nos hemos puesto en contacto, la sanción económica sería de órdago a la grande", reconoció recientemente a este diario el catalán Marc Gené, piloto probador de Ferrari, que apura su última semana de vacaciones "total".

La razón que argumentó la FIA y Bernie Ecclestone para ser tan drásticos fue el recorte de gastos y la obligación de hacer vacaciones, ya que mientras estuvo en manos de los equipos organizar sus fiestas jamás dejaron de trabajar, especialmente sus diseñadores en un intento de mejorar constantemente la aerodinámica de sus monoplazas y también pasaban horas y más horas de ensayo en el túnel de viento y en los simuladores. "Es verdad --reconoce el también español Pedro Martínez de la Rosa, probador de McLaren-- que si no nos impusieran este parón obligado, controlado, los equipos, especialmente los más poderosos, no pararían ni siquiera en estas dos semanas y pico de vacaciones". De la Rosa, instalado en Portocolm (Mallorca), agradece este parón, sí.

Compromiso compartido

Las vacaciones afectan a todo el mundo incluídos los proveedores, punto este algo más difícil de controlar pues es evidente que los equipos pueden externalizar la fabricación, que no desarrollo, de las piezas mecánicas o aerodinámicas en espera de ser trasladadas y probadas en Spa (21 de agosto) cuando se reanude el campeonato. Gené ni confirmó ni desmintió cuando se le preguntó si es posible que la FIA tenga acceso a los circuitos cerrados de televisión que las escuderías tienen instalados en sus sedes. "No lo sé, de verdad, pero no me extrañaría --señaló el español, ganador de las 24 Horas de Le Mans--, aunque creo que todos, absolutamente todos, han adquirido el compromiso de descansar a tope".

Puede, en efecto, que todo el mundo respete la tregua, la orden, de no acudir a las sedes de sus escuderías, la mayoría de ellas instaladas en Inglaterra, en la zona de Surrey, pero resulta poco creíble que el mago de Red Bull, Adrian Newey, o cualquiera de sus asistentes, apague el ordenador durante estos quince días. "Yo sí tengo la intención de descansar --reconoció el propio Newey la misma noche del domingo de Hungaroring-- pues creo que los ingenieros deben desconectar durante unos días, de lo contrario pierden creatividad".

"Las factorías se detendrán, sí, pero el cerebro no. No podemos escapar de esto, es nuestra naturaleza, nuestra razón de vivir, ya no solo nuestro trabajo", señala Ross Brawn, jefe de Mercedes F-1, que añade: "Eso sí, no es lo mismo llevarse el ordenador a la playa o a la terraza de tu piscina, que trabajar en tu oficina. No cabe duda de que eso es un gran cambio".

La verdad es que resulta imposible de creer que genios como Newey (creador del mágico Red Bull), Brawn (jefe de Michael Schumacher) o Stefano Domenicalli (responsable máximo de Ferrari) hayan apagado su ordenador y despedido de todo su equipo técnico diciéndoles "nos vemos en Spa". Lo cierto es que nadie se puede poner en contacto con ellos, ni siquiera sus departamentos de prensa, que están totalmente cerrados. Durante estos quince días, la F-1 se queda muda. Muda total. Sin ruido. Ni un solo comunicado de prensa llegar a los medios. Cero.