Emperador de Montecarlo, merced a sus once conquistas, Rafael Nadal volvió a ejercer su tiranía para someter en la tercera ronda, por 6-4 y 6-1, al búlgaro Grigor Dimitrov. Brindó, de este modo, por su victoria 70 en un torneo hecho a su medida, por la ubicación y la superficie. Sobre polvo de ladrillo y a nivel del mar, su juego se vuelve indescifrable.

Su saque gana mordiente y su derecha más variantes al concederle la pista más tiempo para tejer su estrategia. Ante Dimitrov la premisa fue atacar su revés a una mano, castigarle con las alturas y aguardar una bola oportuna para cerrar el punto con su ‘drive’.

Así enfiló Nadal su enésima victoria en Montecarlo, algo más trabajosa de lo que se intuía en la apertura del envite, cuando el mallorquín se colocó con un favorable 4-1, camino de su duodécimo éxito en trece embites ante el búlgaro.

Perdió tino, sin embargo, los siguientes tres juegos después de su intachable puesta de largo ante Roberto Bautista (6-1 y 6-1).

Dimitrov se corrigió y anunció el comienzo de una nueva batalla, con 4-4 en el momento decisivo del set. Entonces Nadal volvió a gobernar el duelo. Aseguró su saque y cerró el parcial al resto (6-4).

El partido estaba ya irremediablemente del lado del español, ataviado con una llamativa camiseta de color azul, con un ribete blanco y naranja en el cuello y las mangas, a juego con el pantalón, las muñequeras y su tradicional bandana.

Once veces triunfador en Montecarlo, Nadal siguió madurando su puesta a punto, porque así lo dicta un mes de inactividad, desde su retirada en semifinales de Indian Wells.

También ganó el otro favorito, el serbio Novak Djokovic y el vigente campeón, en una jornada en la que se descolgaron el alemán Alexander Zverev, el austríaco Dominik Thiem y el griego Stephanos Tsitsipas. Sin la presencia de esta terna, aspirantes habituales y diestros en arcilla, el cuadro quedó despejado para el español y para el balcánico, condenados a encontrarse en la final del domingo. Ambos atravesaron la ronda de octavos con solvencia.