Ni es la montaña más visitada, ni tampoco ha sido la más determinante en la historia del Tour, pero, en cambio, el Mont Ventoux sí es la cumbre más emblemática, original, curiosa, bella y seguramente odiada por los ciclistas por ese paisaje lunar y ventoso que hoy puede impulsar a un Armstrong, tan famoso como el que pisó hace 40 años el satélite de la Tierra, de nuevo al podio de París. Y así es después de tres temporadas retirado, en la línea de los 40 años, con ganas de volver en el 2010, con raza de campeón pero también con muy malas pulgas porque no soporta que un joven de Pinto, vestido de amarillo, ya tenga la prueba prácticamente sentenciada después de que él soñara que la victoria no era un reto imposible.

Si el Gigante de Provenza, el monte Ventoso, el que ascendió Petrarca en burro, Frédéric Mistral para buscar inspiración en sus versos y Lucien Lazarides, el ciclista que entusiasmaba a Pablo Picasso, por primera vez en bicicleta en 1951, espera hoy a un corredor, este no puede ser otro que Lance Armstrong. Y por una vez, solo por una vez y sin que sirva de precedente, por encima incluso del incuestionable jersey amarillo. Las piedras lunares, los últimos seis kilómetros que ahogan al ciclista, donde murió Tom Simpson por el calor y las anfetaminas, tienen hoy la sentencia definitiva para componer el puzle del podio del Tour. Esta montaña no le gusta a Contador. Pero tampoco a Armstrong.

Quiso Christian Prudhomme, equivocado él, todavía sin la experiencia de Jean-Marie Leblanc, el director jubilado del Tour, que el Ventoux sirviera para mantener en vilo hasta el final la pugna por el jersey amarillo. Pero Contador ha echado por los suelos toda la planificación de los responsables de la carrera, en la que ha resultado ser la ronda francesa más suave de estos últimos años. Quizá por esta causa, está ahora donde está Armstrong, firme de cabeza, pero quién sabe cómo acudiría hoy al monte provenzal de haber habido una contrarreloj de más de 50 kilómetros, como en sus tiempos de dominio, una llegada como Dios manda en los Pirineos y no tantos Alpes en descenso.

Pero que esté tranquilo. Contador lo ayudará, porque es hombre de palabra, porque no es rencoroso y porque prefiere apartar con un gesto hacia el viejo campeón orgulloso los rencores de un Tour en el que Armstrong se merece que le hagan la ola por su comportamiento en carrera, pero a la vez una tarjeta por el trato hacia el jersey amarillo, con la santa alianza del mánager del Astana, Johan Bruyneel, y del llamado clan del Twitter, corredores como Levi Leipheimer al que no le ha importado tampoco lanzar dardos contra Contador vía internet. "El objetivo prioritario es el amarillo --explicó el líder de la general--. Pero si es compatible, ayudaré a Lance. Sí que lo haré".

Porque hoy más que nunca, estos dos hermanos que parecen uno --Andy y Frank Schleck-- subirán el Ventoux como si fueran en tándem con el objetivo de apear al tejano del cajón glorioso de los Campos Elíseos. Andy tiene plaza segura, pero desea compartir la emoción con el hermano mayor.

Casi parece de chiste. ¿Saben el último del Astana, aquel que dice...? Sería la manera de explicarlo. Pero no es para tomárselo en broma. ¿Qué pasó el jueves horas antes de que el jersey amarillo tomara la salida en la contrarreloj? Pues que lo dejaron sin transporte para desplazarse del hotel que ocupaba el conjunto Astana, en Aix les Bains, hasta Annecy. A 35 kilómetros.

Armstrong se apropió de todos los vehículos del equipo que quedaban libres. Personal auxiliar del Astana tuvo que ir a recoger a la esposa, el bebé y los tres hijos del primer matrimonio del tejano, que llegaban vía París, y los otros coches o estaban en meta o también los utilizó el estadounidense.