El calor y el fuego invadió el estadio Santiago Bernabéu, mediatizado por la agitación previa, por la escasa compostura de los representantes de Real Madrid y Barcelona, que pretendieron propagar la tensión más allá del terreno de juego.

El clima venía encendido de la noche anterior. Los ánimos estaban calientes. Las palabras de los entrenadores habían disparado la tensión, ya de por sí alterada por la tradicional magnitud del acontecimiento. Los jugadores entraron también en situación. Y acabó entrando en el terreno la grada.

El tercer tú a tú entre blancos y azulgranas tenía una aderezo extra por las declaraciones de los técnicos. Habitual el talante del portugués Jose Mourinho pero inédito el de Pep Guardiola, que salió respondón a la rueda de prensa previa al choque.

Pese a los temores, las horas previas al choque fueron sosegadas. Las arterias próximas al estadio carecieron de hechos destacables y los aficionados, de forma aislada, transitaban con cierta normalidad independientemente del color de su camiseta.

El duelo fue verbal entre los asientos. El gasto de energías se centró en responder al aliento del seguidor rival y en jalear los arrebatos de cada equipo. Más constante el aficionado culé, el público blanco dosificaba su aliento. Expectante al juego. A las acciones del equipo.

"Vence por nosotros"

El estadio se vistió con la indumentaria tradicional de las grandes ocasiones. Blanco por todas partes. Propósito facilitado por el club, que atavió cada asiento con banderitas blancas. En los fondos, pancartas enormes: "Vivimos por ti. Vence por nosotros".

Las gargantas locales echaron el resto para abuchear al preparador visitante. El nombre de Pep fue abroncado con fuerza por los 72.000 madridistas. Fue una postura solidaria con el entrenador propio, tras la guerra dialéctica del día anterior, al que trató, después, con una ovación extrema cuando la megafonía dio su nombre.

A seis minutos del descanso el fuego surgió en el campo. Pedro cayó en un choque con Arbeloa. Los técnicos se cruzaron reproches, los banquillos se agitaron. La grada estalló.

La mecha permaneció encendida hasta el intermedio. Un tumulto entre los componentes de ambos banquillos echó más leña a la situación,

Pero el detonante definitivo llegó pasada la hora de juego. No ayudaron los jugadores, que prolongaron el incendio. Pasada la hora de partido la acción de Pepe con Alves, que acabó con la expulsión del primero, extremó las posturas de la grada. Tampoco ayudó Mourinho, que avivó la situación con su show particular.

Fue entonces cuando las fuerzas de seguridad, ataviadas con llamativos chalecos amarillos, cercaron el terreno de juego. Alves fue el centro de las iras del público --antes lo había sido Piqué--, que cambiaron los cánticos y ánimos en insultos y airadas reprimendas a su adversario. No hubo tregua después. Cada acción tenía un plus extra de carga emocional. En el campo y en la grada. Solo los goles apagaron el bullicio y el calor.

Dos acciones de Messi enmudecieron de pronto a la grada. Solo los 3.200 asientos de aficionados azulgranas transformaron la tensión en una fiesta. Sus cánticos no cesaron mientras los seguidores del Madrid empezaron a buscar la salida.