Ya estaba cansado el masajista que atiende a Peter Sagan en la meta de ir cargado en la mochila con las gafas de ventisca, propias del esquí y no del ciclismo, que al corredor eslovaco le gusta lucir en el podio. Él, aparte de corredor, también es un hombre anuncio; sin duda, el que más ingresos genera en temas publicitarios. El que se sabe vender, el que toma conciencia de que vive del público, del cariño del aficionado, y el que nunca defrauda, porque si no gana en las etapas del Tour que tiene marcadas, acaba segundo. Y eso también tiene mucho mérito. Ayer, en Colmar, ciudad con alma alsaciana, Sagan con 22 segundos puestos, consiguió su 12ª segunda victoria en la ronda francesa.

Agradecer el trabajo de los compañeros es algo habitual, no solo de los ciclistas, sino de la mayoría de deportistas cuando consiguen un triunfo. Pero la frase pronunciada por Sagan tras bajar del podio tenía un contenido especial. «He ganado por los compañeros que controlaron la carrera y me hicieron más fácil las subidas. La victoria también es de ellos». Y el comentario de quien ha sido tres veces campeón del mundo no pudo resultar más cierto.

Las señales que se recibieron en carrera fueron buenísimas. Sagan no tenía por qué sufrir en el aperitivo por los Vosgos antes de la subida de hoy a La Planche des Belles Filles. Él podía superar las barreras, al contrario de Viviani o Kristoff, que se descolgaron.

Por eso, era necesario repartir el trabajo del equipo, hacerle fácil la etapa a Sagan, cuidarlo y arroparlo en las cuestas. Y así fue.