La filial británica del Santander ha pasado en pocos años de ser su joya de la corona a convertirse en una generadora de malas noticias. La unidad es la que concentra más créditos en el grupo (el 26% del total) y la segunda con más recursos de clientes (22%, solo por detrás de España). Sin embargo, su peso en el beneficio ha pasado de suponer el 23% del total en el 2015, cuando fue la división que aportó más ganancias, al 11% en el primer semestre del 2019, por detrás de Brasil, España y la unidad global de crédito al consumo.

El deterioro de la capacidad de la filial británica para generar resultados obligó al Santander a última hora del lunes a aflorar unas pérdidas de unos 1.500 millones de euros por un ajuste en su fondo de comercio (que mide el valor de activos intangibles, como la marca o la clientela, por su capacidad de generar una rentabilidad mayor que la obtenible por la simple suma de los activos tangibles, como los créditos). El recorte es notable, en torno a un 18%.

El mercado lo esperaba, como demuestra que la acción subiese ayer el 0,39%. Los inversores eran conscientes de que el banco iba a tener que aceptar antes o después que su negocio británico -con sus 25,5 millones de clientes, 10% de cuota de mercado, 25.761 empleados y 659 oficinas- ya no vale tanto como en el pasado. Como la propia entidad lleva reconociendo desde hace meses, la incertidumbre generada por el brexit está teniendo un impacto en el crecimiento económico del país, que podría ser aún mayor si se produce una salida sin acuerdo del Reino Unido de la Unión Europea.

Además, los ingresos de la filial, en la que el 79% de los créditos están destinados a la compra de vivienda, se están viendo penalizados por la guerra hipotecaria desatada desde hace tiempo en el mercado británico. A ello se suma que las autoridades del país han obligado a las entidades a separar su actividad de banca minorista (particulares y empresas) de la banca mayorista (operaciones en los mercados) para reducir los riesgos de contagio en caso de problemas.