La economía española salió de la recesión de una forma tan acelerada y espectacular como entró en ella: si en el segundo trimestre del año -en pleno confinamiento por la primera ola de la pandemia- el PIB se había desplomado el 17,8%, tres meses después registró un crecimiento del 16,7%. Tanto la caída como el repunte posterior son históricos, y sobresalen de la serie estadística de tal manera que hay que interpretarlos como lo que son, resultado de un momento excepcional. Era previsible que, con la desescalada y el retorno a la actividad, entre julio y septiembre el PIB subiría. El dato publicado por el INE confirmó esta buena noticia, y además superó las previsiones del Gobierno (13%), lo que supone un buen punto de partida para la recuperación económica, y más teniendo en cuenta que ese crecimiento se produjo sin la aportación del turismo extranjero en plena campaña estival. El pasado verano, la economía se apoyó principalmente en el consumo de los hogares y en la inversión.

Sin embargo, más que en cifras récord y puntuales, conviene fijarse en la tendencia de la línea que dibuja nuestra economía y, hoy por hoy, esa es la gran incógnita. A pesar del significativo repunte del tercer trimestre, la economía está lejos de los niveles del año pasado (el PIB interanual se contrajo el 8,7%) y, cuando aún no está del todo recuperada, debe afrontar la segunda ola del coronavirus. Esta tesitura envuelve de incertidumbres cualquier previsión que pueda hacerse sobre el cuarto trimestre, en el que generalmente las ventas se incrementan por la campaña navideña. La pérdida del empleo, o el temor a perderlo, así como el desánimo de los consumidores ante las nuevas restricciones a la movilidad pueden retraer el consumo. Los primeros indicadores al respecto no son halagüeños, como el descenso en los pagos con tarjeta en las últimas semanas de octubre, según datos de CaixaBank.

El estado de alarma pondrá a prueba durante los próximos seis meses la capacidad para hacer frente a los nuevos embates, a nivel público y privado. No se trata de confrontar la falsa dicotomía salud frente a economía, sino de acometer las medidas necesarias para no colapsar el sistema sanitario sin comprometer con ello la viabilidad de las empresas. No son pocos los epidemiólogos que relacionan la celeridad de la desescalada con el aumento de los rebrotes en julio y agosto. Aquello debería servir de ejemplo para no repetir errores. Lo prioritario, ahora, es frenar la expansión del virus, porque si la pandemia no está bajo control la economía sufre sus efectos.