La irrupción en el planeta audiovisual de Netflix, una compañía creada hace apenas 11 años, ha hecho tambalear el negocio tradicional del cine. Distribuidores y exhibidores han puesto el grito en el cielo porque la visión en streaming amenaza su futuro. Desde que el festival de Cannes abrió en el 2017 la puerta, que ha cerrado este año, a la plataforma, el tema se ha convertido en el gran debate del sector cinematográfico. La Mostra de Venecia, por ejemplo, sí que ha presentado en la edición en curso filmes de Netflix en su sección oficial. El conflicto entre lo viejo y lo nuevo vive en el cine un nuevo capítulo y un modelo de negocio. Sucede este choque en un arte que ha vivido otras sacudidas a lo largo de la historia, como fueron la aparición del sonido, del color, de los grandes formatos o del cine digital. Pero el pulso actual, según las voces más tradicionales, pone en serio peligro una industria basada en la recaudación de entradas en todo el mundo. Los partidarios de Netflix apuntan que la ampliación de la oferta ayudará a la diversidad y libertad creativa. La cuestión pide, probablemente, una mirada equilibrada. El consumo del cine en la oscuridad de las grandes salas debería convivir, en la medida de lo posible, con el de los nuevos canales de distribución de contenidos.