El Parlament catalán volvió a ser escenario de un penoso espectáculo político-jurídico que evidencia que la división en el independentismo es profunda. Una división que ya fue la causa de que la cámara legislativa estuviera cerrado desde el mes de junio hasta esta semana y que el jueves bloqueó el pleno en el que debían votarse las resoluciones del debate de política general. Las discrepancias no obedecen a cuestiones de fondo (y no será por que no hubiera temas sobre los que debatir, empezando por el ultimátum fantasma de Quim Torra a Pedro Sánchez), sino que entran de lleno en el terreno de la desobediencia y del estéril irredentismo.

ERC no quiere cometer más ilegalidades. Esta postura quedó diáfana desde que el republicano Roger Torrent fue elegido presidente del Parlament, y casa mal con el simbolismo en la lucha «contra la opresión del Estado» que encabezan Puigdemont y el grupo parlamentario de Junts per Catalunya (JxCat). Durante las largas negociaciones por la investidura, los intentos de Puigdemont de desafiar al Estado se encontraron con el frontón de esta decisión de ERC, que va más allá de proteger a Torrent: forma parte esencial de su acción política después del procesamiento por rebelión de los líderes políticos y sociales del ‘procés’. Tras salvar la investidura con Torra, el Parlament se encontró con otro reto jurídico a cuenta de la suspensión decretada por el juez Llarena de los diputados encausados por rebelión.

Tras una ardua negociación, la solución negociada fue puro ‘procés’: no pero sí, rechazar la suspensión decretada por Llarena como una intolerable injerencia del poder judicial en el Parlament y al mismo tiempo aceptar la delegación de las funciones de los diputados sugerida por el juez para no alterar las mayorías en el hemiciclo. Pero JxCat interpretó a su forma el acuerdo y dio paso otra larga negociación que acabó con la Mesa de la cámara aceptando un acuerdo sin el aval de los letrados (consideran que el documento no designa explícitamente a los sustitutos de los diputados suspendidos), lo cual abre un escenario incierto. De ahí la suspensión del pleno.

El fantasma de la ruptura definitiva entre ERC y JxCAT sobrevoló toda la jornada. A la vista de los debates estériles, los enfrentamientos y el escaso respeto al Parlament catalány a los ciudadanos, poner fin a esta legislatura sería casi un acto de gracia si no fuera la consecuencia de tanta irresponsabilidad.