El ajustadísimo pulso electoral que libran en Euskadi el nacionalista Juan José Ibarretxe y el socialista Patxi López puede abrir la puerta al cambio después de tres décadas de hegemonía del PNV. A falta de una semana para el 1-M, las encuestas pronostican que los peneuvistas y sus aliados se quedarán a las puertas de la mayoría en el Parlamento vasco, donde los constitucionalistas (PSE y PP) podrían sumar por primera vez más de la mitad de los escaños.

A expensas del crucial juego de alianzas posterior, esto pondría la presidencia vasca al alcance de López. Aún a riesgo de abrir una legislatura ingobernable y de privar al Gobierno central del sostén del PNV, tal como ha venido informando este diario. Un resultado así supondría también una gran convulsión en el PNV, un partido que nunca ha comprobado qué tiempo hace en los escaños de la oposición en Vitoria. El lento pero constante declive electoral del PNV ha acentuado el forcejeo entre las dos almas del partido de la burguesía nacionalista vasca.

EMBESTIDA. El anterior presidente peneuvista, Josu Jon Imaz, un moderado convencido de que el predominio soberanista le resta base electoral al partido, hubo de dimitir hace poco más de un año ante la embestida combinada del lendakari Ibarretxe, empeñado en su carrera autodeterminista, y el sector soberanista, capitaneado por Joseba Egibar.

La cita electoral ha forzado una tregua entre las dos familias. Pero para hacerse una idea de cómo están los ánimos, basta una frase. Es del sucesor de Imaz al frente del PNV, Iñigo Urkullu, también moderado. En el libro Memoria de Euskadi , Urkullu confiesa a la periodista María Antonia Iglesias: "Hay muchos días que tengo que hacer actos de fe para que sigamos unidos". Si el 1-M confirma el fin de la mayoría nacionalista (aún en el caso de que el PNV lograra conservar el Gobierno, lo que en tal situación solo podría hacer con la ayuda de los socialistas, quienes podrían exigir en pago la cabeza de Ibarretxe, posibilidad de la que el lendakari abomina), el PNV se verá abocado a una profunda revisión interna. Así lo pronostican políticos y analistas vascos, aunque estos no coinciden plenamente sobre el sentido de dicho cambio.

Unos creen que un fracaso electoral del PNV abriría la puerta al predominio de los moderados, que responsabilizan del declive a la década soberanista de Ibarretxe. Pero otros apuntan que en la oposición la tentación radical sería mayor. Por supuesto, los peneuvistas de uno y otro signo niegan en público la mayor, es decir, que haya discrepancias internas de envergadura.

Sí es cierto que el partido ha impuesto un discurso electoral completamente ajeno al que ha caracterizado durante 10 años al candidato del PNV a la reelección. Forzado o de buen grado, Ibarretxe parece un ser amnésico en esta campaña, en la que no ondea la que fue su bandera hasta anteayer: el derecho de decidir. Su discurso se ciñe a la gestión económica, la lucha contra la crisis y el miedo a una mayoría constitucionalista en el Parlamento. Este último argumento cobra peso a medida que se acerca el 1-M y se confirman los pronósticos de empate técnico entre PNV y PSE. Iñaki González, exdirector del diario Deia , y José Luis Zubizarreta, antiguo asesor del exlendakari José Antonio Ardanza, ambos colaboradores de este diario, coinciden en que las elecciones precipitarán la crisis en el PNV. González cree que Ibarretxe, gane o pierda, no repetirá como candidato por quinta vez. Pero si vence tendrá más capacidad de influencia en el rumbo posterior del partido y en la elección de su sucesor. El soberanista Luke Uribe-Etxebarria afirma que el plan Ibarretxe "no ha sido abandonado, solo está en segundo plano". En cambio, Andoni Ortuzar, colaborador de Urkullu, afirma: "El país no está para esas cosas; tiene otras prioridades, necesita otras respuestas".