Para calibrar la traición de Roberto Flórez, el director del CNI, Alberto Saiz, se remitió a dos casos célebres: los de los estadounidenses Aldrich Ames y Robert Hanssen, agentes de la CIA y el FBI, respectivamente, que cumplen cadena perpetua en su país por vender información a Rusia. Sus biografías son historias de ruina personal y ansia de dinero. Y de una gran habilidad para actuar largo tiempo sin dejar rastros.

Ames (River Falls, Wisconsin, 1941) entró en la CIA a los 21 años. En 1969, fue destinado a Turquía con la misión de identificar funcionarios soviéticos susceptibles de ser reclutados por el servicio de inteligencia norteamericano. En 1983, destinado a la embajada en México, inició una relación sentimental con una empleada de la embajada de Colombia que desembocó en su ruptura matrimonial. Los gastos de su amante le llevaron, en 1985, a ofrecerse al espionaje de la URSS mientras se desempeñaba en la CIA como director de análisis de la inteligencia soviética. Por 4,6 millones de dólares, Ames pasó a la potencia enemiga información que permitió desbaratar un centenar de operaciones norteamericanas. Entre otras cosas, identificó a los agentes estadounidenses en la URSS. La colaboración se mantuvo tras la desaparición del imperio soviético.

A misa y con prostitutas

La CIA sospechó que algo grave pasaba en 1985, por la elevada tasa de desaparición de colaboradores en la URSS. El FBI lo detuvo en febrero de 1994 cuando iba a viajar a Moscú y fue condenado a cadena perpetua.

Hanssen (Chicago, 1944) empezó a trabajar para los soviéticos en 1983 y fue detenido 18 años después por la delación de su excuñado. Presumible supernumerario del Opus Dei, Hanssen tenía una doble vida como agente y esposo: así como iba a misa con su mujer y sus seis hijos, filmaba los actos sexuales con su esposa sin que esta lo supiera y salía con prostitutas.

Hijo de policía, ingresó en el FBI en 1976. Cinco años después, lo destinaron a la vigilancia de la embajada soviética en Washington. En 1985 vendió a la URSS los nombres de tres agentes del KGB que trabajaban para EEUU. Facilitó información sobre un túnel que los servicios de EEUU construyeron bajo la embajada soviética en Washington para un sistema de espionaje electrónico. Hanssen evitó la pena de muerte a cambio de colaborar con la justicia. En el 2002 fue condenado a cadena perpetua.