En política, cuando más previsible resulta la evolución de los acontecimientos es cuando los escenarios se reinventan. Esto descoloca a muchos o, sencillamente, les hace preguntarse si han estado colocados en el lugar oportuno alguna vez. Un escenario inesperado parece ser que, a estas alturas del precongreso, Mariano Rajoy aún no haya soltado prenda de quiénes le acompañarán en su nueva ejecutiva. Tan inesperado que ha empezado el aluvión de voces que sugieren que es momento de que el líder deje de deshojar la margarita. No recuerdo que a José María Aznar le metiera nadie prisa cuando durante meses la elección de su delfín solo la conocían él y su cuadernito azul.

Llama la atención de las palabras de Arístegui su deseo de que no se liquide sin más a una generación de políticos del Partido Popular. Al exportavoz de exteriores en el Congreso puede parecerle muy bien una renovación en profundidad, pero en la medida en que no se pone cara a los entrantes y, sobre todo, a los salientes, cualquiera es susceptible de engrosar el contingente amortizable. A Ignacio Astarloa lo que le apetece es ver al núcleo duro del PP en la nueva dirección. Ahora bien, lo que el secretario popular de libertades públicas, seguridad y justicia entienda por tal puede significar, sencillamente, no acometer esa renovación. Y en todo el embrollo, Mariano Rajoy escenifica que, al igual que su predecesor, el dedo que reparte la gracia es suyo propio y no mancomunado, aunque en el fondo no sea necesariamente así, pero da más imagen de líder al gusto y la costumbre de los populares.

El otro escenario inesperado se gesta en Euskadi. En el PNV cada vez menos dan un euro por la reunión de Ibarretxe y Zapatero. Ayer mismo, el portavoz en el Congreso, Josu Erkoreka, reiteraba que no ve tiempo para un acuerdo sustancial entre ambos presidentes. Y lo inesperado del escenario subsiguiente viene del hecho de que hasta ahora solo se contemplaban dos. El primero, del PNV, el que confiaba en que Zapatero buscara socios entre los nacionalistas, se ha visto desmontado por los resultados electorales y el arranque de legislatura. El segundo, del PSE, contaba que sin acuerdo con Zapatero, Ibarretxe anticipe las elecciones a otoño y la plataforma de voto socialista del 9-M sea transferible a las autonómicas. Y aquí viene el malabar porque en el PNV gana enteros la opción de agotar la legislatura. Y que aguante si puede un año de precampaña, dicen, Patxi López. O que vuelva de vacaciones el presidente Zapatero y empiece a construir mayorías en el Congreso con las que sustentar sus presupuestos en otoño. Porque lo más inesperado de todo sería que el calendario, que hasta ahora lastraba al PNV, empiece a pesar también a los demás.