El cirujano Juan Abarca, testigo de los últimos días de la vida de Francisco Franco, asegura en su autobiografía, "Cinco litros de Sangre", que el general no habría muerto si hubiese sido operado correctamente y sostiene que fue víctima de un error quirúrgico. En el capítulo titulado "Mi verdad sobre la muerte de Franco", Abarca, consejero delegado del Grupo Hospital de Madrid (HM), hace una revelación desconocida en otras biografías del dictador que podría haber cambiado el curso de la historia de España.

El doctor, que presentó hoy su obra acompañado por el periodista Luis María Ansón, informa de que Manuel Hidalgo Huerta, que operó a Franco tras sufrir unagastritis hemorrágica, optó por "resecar nada más que una parte del estómago, aproximadamente un 30 por ciento", cuando lo correcto, dados los conocimientos y tratamientos existentes, hubiera sido una "resección total" o extirpación.

"La enseñanza de este caso no puede ser más obvia", comenta el experto, para alegar que "si se hubiera tratado de un enfermo cualquiera, y no de Franco, sus posibilidades de sobrevivir a esta patología hubieran sido muy altas", ya que en aquella época "las estadísticas de fallecimiento por úlcera de duodeno perforada debían estar sobre un 3 por ciento". Abarca, que asistió a la operación de Franco en el hospital madrileño de La Paz tras haber sido intervenido de urgencia en el propio palacio de El Pardo, manifiesta que conversó con él momentos antes y que el estado de salud del caudillo "era perfecto".

De hecho, agrega el autor, superó tres operaciones cuando a los enfermos con la misma complicación y edad sólo se le suelen realizar, como máximo, dos intervenciones. "Los médicos decimos que hay que tener cuidado con los recomendados, y es cierto", ironiza el cirujano, para apuntar los riesgos que conlleva que se les ahorren drenajes o se les acorte el periodo de las sondas, lo que hace que "los enfermos se compliquen por apartarse de la norma".

"En el caso del general Franco esta consecuencia se cumplió con la misma fuerza que correspondía a su poder", indica en el doctor en el libro, donde sentencia que "es difícil que haya habido un paciente que fuera más confusamente tratado que él". Cuando el dictador enferma "todos los síntomas parecían cardíacos" y, sin embargo, "los médicos sabemos" que hay procesos del aparato digestivo, como las perforaciones de úlceras, en las que "sale el aire y comprimen el diafragma sobre el corazón, haciendo que parezca un infarto de miocardio", explica.

El general fue tratado unos meses antes de una tromboflebitis en la pierna derecha y su médico personal, el doctor Pozuelo, había hecho que le atendieran en el Hospital Provincial -ahora Gregorio Marañón- en el cual era jefe de servicio. A los dos días de padecer ese episodio de infarto, Franco sufrió una hemorragia digestiva "muy importante", que algunos achacaron al estrés, y Pozuelo llamó a su compañero de hospital Hidalgo Huerta.

Un quirófano improvisado

Éste decidió intervenir de inmediato al general y lo hizo en un quirófano improvisado, instalado en el botiquín del palacio de El Pardo, algo que los compañeros de profesión observaron como "extraño", al ser "más lógico" trasladarlo a La Paz, adonde fue desplazado posteriormente por decisión del marqués de Villaverde. "Estaba consciente y hablamos de la mano, que, por cierto, las tenía cuidadísimas", relata el doctor, quien llama la atención sobre "su buen estado general" de salud.

El error que conllevó la muerte del dictador fue que los médicos no repararon, en la intervención de El Pardo, que Franco "padecía ya, tal vez por los días que llevaba con la perforación", una "gastritis hemorrágica que, según el nivel de conocimientos científicos que se aplicaban entonces, debía haber conducido a una resección total del estómago".

Este testimonio recogido en "Cinco litros de sangre", obra prologada por el escritor Francisco Umbral, acompaña a otros extraídos de las memorias del cirujano y empresario de la medicina privada a lo largo de su trayectoria profesional.