Dieron las decenas de relojes que guarda el Congreso de los Diputados las doce del mediodía y, como cada 6 de diciembre de la era democrática, comenzó el acto de homenaje a la Constitución: el actual presidente de la Cámara, José Bono, pronunció un discurso "muy medido" --según sus propias palabras-- que, principalmente, buscaba defender la esencia de una Carta Magna que "no es infinitamente flexible y tiene límites" y que, a su entender, obliga a respetar al "árbitro", esto es, al Tribunal Constitucional. El comentario tenía poco de casual, como casi todos los que suele expresar el veterano socialista manchego, que se sabía acompañado, en plena polémica por la tardanza del fallo sobre el Estatut, por el presidente catalán, José Montilla, y por la presidenta del alto tribunal, María Emilia Casas.

Los que no estuvieron allí para escuchar el mensaje de Bono fueron los barones territoriales del PP, que dejaron solo a su jefe de filas, Mariano Rajoy, en la celebración de esa Carta Magna que los populares dicen defender con uñas y dientes. "Señor Rajoy, ¿y dónde están sus presidentes autonómicos?", le preguntaron un grupo de periodistas al líder popular. "Lo que puedo decirles, es que yo estoy aquí", se limitó a responder, sin esconder su malestar por la situación.

LOPEZ AFEA LA AUSENCIA El que sí se despachó a gusto sobre la ausencia de los barones conservadores fue otro de los protagonistas de la fiesta: Patxi López, el primer lendakari que se desplaza a Madrid para rendir tributo a la Constitución. "Es escandaloso que no estén aquí", espetó el dirigente vasco.

La crítica lanzada por López se fue extendiendo, por contagio, a otros políticos presentes en el evento. Así, Montilla calificó de "sorprendente" que sus homólogos populares hubieran hecho novillos, mientras que el presidente de Castilla-La Mancha, José María Barreda, utilizaba el vocablo "chocante". Se da la circunstancia de que tanto López como Montilla han recibido críticas de sus principales adversarios políticos (PNV y CiU, respectivamente) por desplazarse al Congreso en tan señalada jornada. Quizá por eso, se animaron a sacarle rédito político a la ausencia de los presidentes autonómicos del PP, consiguiendo que el presidente del Gobierno sacara pecho por tener en la Cámara a cuatro de sus barones (además de López, Montilla y Barreda estuvo en la Cámara el presidente de Aragón, Marcelino Iglesias).

Mientras, Rajoy --acompañado por su portavoz en el Congreso, Soraya Sáenz de Santamaría, y el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz- Gallardón--, intentaba centrar el foco de los medios de comunicación en otros temas, como la vigencia de la Carta Magna o el Estatut. A su juicio, la solución para el dilema estatutario se halla en la propia Constitución, "y no llevará a nada bueno intentar buscarla fuera".

También Zapatero emitió diagnóstico sobre el estado de salud constitucional: dijo que el texto pactado en 1978 sigue siendo útil y no existen "perspectivas de reforma a corto plazo".

"COMUNIDAD DE SENTIMIENTOS" Y al tiempo que Zapatero y Rajoy departían con los periodistas, Bono aleccionaba a algunos de sus interlocutores, entre canapé y canapé, sobre las claves de su discurso. El presidente del Congreso dijo que la España constitucional "no se impone, sino que se disfruta" y que, además, no es un edificio en ruinas, "sino una comunidad de sentimientos".

Pero Bono, cuyo cargo le obliga a callar sobre cuestiones espinosas, se las arregló para aludir al Estatut sin citarlo. "La Constitución no es infinitamente flexible. Tiene límites. La Constitución, a semejanza de cualquier práctica deportiva, señala límites en el campo de juego que nunca son una restricción. Al contrario. Constituyen una garantía. Y en este juego, para ser limpio, hay que respetar al árbitro". O sea, al Constitucional.