Coherencia, honestidad, integridad, valentía, honradez. Julio Anguita González (Fuengirola 1941-Córdoba 2020) falleció ayer en el hospital universitario Reina Sofía, después de que su corazón, maltrecho desde los años 90, resistiera durante una semana a la parada cardíaca que sufrió en su casa el pasado 9 de mayo, donde fue atendido por profesionales del 061 antes de ser ingresado en la UCI del centro hospitalario. Su corazón rojo -al que dedicó un libro titulado así después de su primer infarto: «una palabra muy fea, vil», dejó escrito- se paró ayer a las once de la mañana.

La ciudad de la que fue alcalde durante siete años, entre 1979 y 1986, despedirá a su Califa Rojo, un apodo que recibió por ser el primer regidor comunista de la democracia en una capital española, pero que confesó a este periódico que no le gustaba: «Era una exageración», contaba en el 2016 este maestro que estudió Historia «porque quería conocer el presente» y al que la Historia pondrá ahora en el sitio que merece. Córdoba le dirá adiós con tres días de luto oficial, banderas a media asta y la impotencia de no poderle ofrecer, al menos de momento, una despedida a la altura de su talla política, intelectual y humana por la actual situación de pandemia. De anticipo, muchos cordobeses aplaudieron ayer a las nueve de la noche y se acercaron al Ayuntamiento a cantar la Internacional como muestra de respeto.

La capilla ardiente se instaló a eso de las seis de la tarde en el Ayuntamiento, pero solo su familia más cercana pudo despedirse de él en el salón de plenos, un salón que él mismo inauguró allá por 1985, poco antes de trascender el plano local en su aventura política. Primero, en Sevilla (dejó la Alcaldía en manos de Herminio Trigo en 1986 para ser candidato a la presidencia de la Junta de Andalucía) y más tarde, en Madrid (donde marchó una década más tarde para presentarse como candidato de IU al Gobierno).

A la llegada del féretro con sus restos mortales al Consistorio, (una estampa que, de no haber estado de alarma ni pandemia, hubiese sido multitudinaria), las personas y camaradas que se habían acercado a despedirlo irrumpieron en un emocionado aplauso. Los exalcaldes de Córdoba Herminio Trigo, Manuel Pérez, Rafael Merino, Rosa Aguilar, José Antonio Nieto e Isabel Ambrosio, junto al actual regidor, José María Bellido, y miembros de la Corporación actual de todos los signos políticos, incluido Vox, esperaron a las puertas del edificio municipal al ataúd, que entró al Ayuntamiento bajo mazas.

Julio Anguita, de gesto adusto pero corazón apasionado, es considerado una figura clave de la Transición, defensor convencido de una España federal y republicano fervoroso, fue un incansable artífice de la permanente refundación de la izquierda, por lo que muchos lo consideran también uno de los padres de Podemos. Fue secretario general del Partido Comunista de España (PCE) entre 1988 y 1998, y fundador y coordinador general de Izquierda Unida entre 1989 y 2000. «No soy comunista ‘de misa y olla’, reivindico mi parcela de libertad de pensamiento», afirmó este comunista de espíritu ácrata.

El Ayuntamiento ha puesto a disposición de la ciudadanía un libro de condolencias y ánimo a la familia de Anguita, que agradeció las numerosísimas demostraciones de cariño y admiración expresadas a lo largo de esta dura semana y en el día de ayer. «Toda la fuerza que en estos días habéis enviado a Julio, nos acompaña y reconforta ahora a nosotros. Gracias, de corazón», aseguró ayer su familia en un comunicado dirigido a los medios.

Anguita estaba casado con Agustina Martín Caño, compañera en la docencia del instituto cordobés Blas Infante, donde regresó cuando, previa renuncia a la paga vitalicia que le hubiera correspondido como exdiputado, abandonó por problemas de salud la vida pública, que no la política ya que nunca se desligó de la actualidad (solo se abstuvo siempre, por respeto, de comentar la política municipal) y se mantuvo activo al frente de plataformas como Frente Cívico Somos Mayoría o Colectivo Prometeo. Tuvo cuatro hijos de dos relaciones anteriores. Juan Antonio, Ana --que le dio una nieta, Sara-- y Julio, su primogénito, que murió como corresponsal en Irak en el 2003, con su primera mujer, Antonia Parrado; y Carmen, de su relación con Juana Molina.

Las redes se llenaron de muestras de respeto hacia el cordobés, que llegaron de todos los lados del espectro político y de la sociedad en general. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, lamentó la muerte de Anguita y elogió de él que defendiera «de manera incansable la igualdad y la justicia social». Por su parte, el vicepresidente segundo del Gobierno y líder de Podemos, Pablo Iglesias, señaló que el político cordobés «se atrevió siempre a señalar al poder» y dijo «las más crudas e incorrectas verdades con todo en contra y hasta el final», con lo que «indicó el camino que algunos quisimos seguir». «Hemos perdido al más grande. Nuestro amigo, camarada. Te echaremos tanto de menos. Has sido y serás la inspiración de muchos. Gracias por tu ejemplo. Seguimos tu lucha», escribió el líder de IU y ministro de Consumo, Alberto Garzón. Las condolencias también llegaron desde la derecha con las palabras del presidente andaluz, Juanma Moreno, o del líder del PP, Pablo Casado, que dijo: «Ha defendido sus ideales con pasión en la España democrática, plural y abierta que todos queremos».

«Me moriré siendo rojo», dijo, y lo cumplió. Julio Anguita, el hombre que ha logrado que las palabras coherencia, honestidad, integridad y honradez puedan definir a un político español y que todos los españoles estuvieran de acuerdo.