La frialdad con la que el lunes George Bush y José Luis Rodríguez Zapatero se saludaron en Nueva York no responde solo a una falta de química entre los dos dirigentes, sino a profundas diferencias políticas entre los dos países. "Yo viví el saludo con toda naturalidad. Le saludé con la misma cordialidad que a otros presidentes que había en la cena", dijo ayer Zapatero en Nueva York al describir su fugaz encuentro con el inquilino de la Casa Blanca, para subrayar las "buenas relaciones" entre Madrid y Washington en economía y cultura. Eso sí, Zapatero marcó distancias. "Respeto el celo de EEUU en defensa de su soberanía, y España también es celosa de su soberanía", dijo sin mencionar la retirada de Irak. Sonrió Zapatero a medida que los periodistas insistían sobre sus cuatro segundos con Bush, y en un momento dado, más en serio que en broma, pidió que no se hiciera de este asunto "una patología" y reclamó que al analizar la política de gestos no se llegue "al límite del absurdo".

El problema es que en diplomacia los gestos cuentan mucho. El saludo no hay que analizarlo solo per se, sino en comparación con la actitud habitual del presidente de EEUU. De Bush pueden decirse muchas cosas, pero no que trata con desdén a sus homólogos.

Y es que más allá de Irak, la política exterior española choca en muchos aspectos con la estadounidense. Tres capitales forman el triángulo de las Bermudas en el que se ha perdido gran parte de la relación que con tanto esfuerzo construyó José María Aznar: La Habana, Caracas y La Paz. Que entre las pocas citas bilaterales que ha sostenido Zapatero en la ONU se encuentre el boliviano Evo Morales no ayuda demasiado. Tampoco que Miguel Angel Moratinos se reuniera con su homólogo cubano. Y menos que Zapatero dijera que la ONU es el único actor válido en la lucha contra el cambio climático cuando EEUU organiza una cita propia. Si a ello se le añade el feo de Irak, se entiende que la relación no pase del "Hola, ¿cómo está?", y una reunión bilateral sea, por ahora, inconcebible.