Los barcos modernos llevan una alarma de colisión que avisa al patrón para que cambie el rumbo con urgencia. Es un pitido especial, muy parecido al que pudo oírse con nitidez en toda España la noche del recuento de los votos. Todo el mundo pudo escucharlo con claridad excepto el secretario general del PSOE y presidente de Gobierno, que subió a la cubierta y ordenó a la tripulación no mover un ápice el timón.

La comisión ejecutiva del PSOE ha convocado primarias. Los guiños de la semana pasada a los acampados eran solo un cebo electoral, porque los socialistas no han aprendido nada. Tal vez si reaccionaran rápido, y se ubicaran en una posición de izquierda razonable, podrían atraer a una parte de indignados para incorporarse a una estrategia política que dé una salida a sus aspiraciones.

El presidente está tan imbuido en su soberbia que no es capaz de la más mínima autocrítica. Nos vino a decir que no hemos entendido sus medidas contra la crisis. Y su única concesión es que quizá no las ha sabido explicar.

Lo lógico sería dimitir como secretario general. Proceder a una negociación de urgencia con la Unión Europea para ampliar los plazos de unos recortes que los organismos internacionales explican que lastran nuestro crecimiento. Y si la UE, es decir, Alemania y Francia, no aceptan esa posibilidad, debería dimitir para convocar elecciones generales y permitir que un nuevo socialismo presente un proyecto alternativo.

Que Pérez Rubalcaba y Carme Chacón, responsables como Zapatero de la catástrofe, se presenten en unas primarias es una charlotada cuando las corridas están en decadencia.

Nada de eso es factible desde la soberbia. Le ocurrió al dueño del Titanic, a su constructor y al capitán. Aquella noche había iceberg a la deriva, pero por lo menos se puede decir a favor del capitán John Edward Smith que no tenía en las cartas de navegación la posición del bloque de hielo; Zapatero sabe cuál es el rumbo de colisión, y navega a su encuentro.