Alfredo Pérez Rubalcaba no quiere hablar de ETA. Dice que hacerlo no contribuye al final de la banda. Más bien al contrario. Pero no puede evitarlo. Allá donde va, las preguntas giran en torno a ETA: que si se acaba, que si no, que si cuándo, que si en qué términos. Ayer, en una comida, el vicepresidente primero del Gobierno y ministro del Interior tuvo que volver al asunto. Dijo que no compartir las declaraciones que se hacen sobre ETA no implica dejar de entenderlas --"es normal que en el País Vasco la gente emita sus opiniones", señaló--, que él no atisba a "corto plazo" la desaparición del terrorismo aberzale, pero que estas "discusiones tienen la lógica del aroma a final". Y, por último, desmintió a Arnaldo Otegi.

Horas antes, el exportavoz de Batasuna había dicho en la Audiencia Nacional que su participación en el mitin del 2004 en el velódromo de Anoeta, que según la Fiscalía constituyó un delito de enaltecimiento del terrorismo, se enmarcó dentro de una serie de "conversaciones" con el PSOE y otros en las que "cada parte se comprometía a determinados pasos". "Nosotros no pactamos nada --le contestó Rubalcaba--. Entiendo el derecho de defensa, pero hay cosas que no se pueden decir si no son ciertas".

Sin embargo, el vicepresidente defendió el fallido diálogo con la banda durante el 2006, porque ahí, dijo, está el "origen" de la actual debilidad de la banda terrorista. "El proceso de discusión interna de ETA nace en la T-4", la terminal del aeropuerto de Barajas en la que el 30 de diciembre del 2006, la organización puso una bomba, mató a dos personas y acabó con ese proceso de paz. Ahora las cosas han cambiado.

"Aquí ya no se trata de hablar de interrupción temporal. Eso era antes. El Estado no le está pidiendo a ETA una tregua ni definida, ni indefinida, ni permanente, ni modificable, ni extensible. Lo que ahora exige la democracia es el final definitivo de la violencia", concluyó Rubalcaba.