Se aceptan cábalas y apuestas sobre los estímulos que mediaron entre la noche del 9-M y la tarde del martes pasado que transformaron la actitud de Mariano Rajoy. El presidente del PP giró 180 grados y pasó de presentarse como un abatido perdedor, consolado por su esposa y dejando un lacónico "adiós" como único mensaje a la concurrencia de la calle Génova, a ofrecerse como la gran esperanza blanca que rescate el Gobierno de España para el PP en el 2012.

Inspirado quizá por las fechas próximas, le sobró un día para la resurrección. Desde luego, no encontró ese impulso en los entornos mediáticos que más abiertamente proclaman, alaban y, visto lo visto, pretenden monopolizar las esencias de la derecha española. Entre salvar al líder o una línea de discurso tenso y confrontador, los más activos de entre quienes se consideran guardianes de esas esencias habían elegido lo segundo.

Si es que la elección, en el futuro inmediato del PP, debe realizarse en esos términos. Rajoy ha dejado claro que en las dos citas electorales no tenía en boxes a la gente de su plena confianza. Esa distinción entre lo que hay y "mi equipo", que el líder popular revelará en los próximos meses, dice tanto de ese desencuentro como de su incapacidad para imponerse dentro del partido durante estos cuatro años. El nuevo Rajoy se ha visto refrendado por un volumen de votos incuestionable incluso en su casa, lo que le da ánimos para despegarse del corsé impuesto por quien le bendijo con un dedo como su delfín en la Tierra. Puede ser el momento de que el PP pase la página de Aznar. Ocasión tiene de ello mostrando una nueva actitud ante situaciones que exigen un compromiso asumible sin la presión electoral. Puede empezar por la necesaria ventilación de las estancias judiciales, que huelen a rancio de tanto tiempo sin cambiar las togas.

Hay margen para que los críticos, de uno y otro signo, le dejen hacer. Hay antes del 2012 citas suficientes para testar los nuevos tiempos. Elecciones autonómicas, europeas y municipales en las que el líder se examina en casa tanto o más que ante los españoles. Pero tampoco parece tiempo de dar por sentado nada. Los resultados del domingo lo son por igual del candidato que de su discurso y habrá en el PP quien reclame no bajar el tono.

La guardia de corps heredada de Aznar se reubica, convencida de que no serán ellos los que se caigan del equipo. Ayer mismo, Esperanza Aguirre se vestía el mono con cara de empujar lo que haga falta, que es una forma de estar cerca de donde puede hacerse un hueco al volante. Y quienes reclaman de Rajoy el tono centrista de la primera legislatura del PP ya habrán caído en la cuenta de que Pizarro no es Pimentel.