Su gran capacidad de trabajo, excelente cultura, exquisita educación, apabullante memoria y su condición de minusválido convirtieron a Eduardo Fungairiño en una leyenda. Pero ya se sabe que todos los héroes tienen pies de barro, aunque a veces lo olviden. Eduardo Fungairiño llegó a la Audiencia Nacional en 1980. Ocho años más tarde fue nombrado teniente fiscal, es decir, número dos de esa fiscalía. Pero siempre ejerció como si fuera el responsable máximo. Su compromiso en la lucha contra ETA y su peculiar personalidad hicieron que contara con su "guardia pretoriana".

Con sus subordinados fundó su segunda familia. La fiscalía de la Audiencia Nacional funcionó como un clan que se unió más tras el asesinato de la fiscal Carmen Tagle a manos de ETA en 1989. Sus colaboradores le adoraban y admiraban que siempre les protegiera. A ese grupo también se unió durante un tiempo el juez Baltasar Garzón, que fue expulsado cuando se enfrentó al exjuez Javier Gómez de Liaño por la instrucción del caso Sogecable .

A partir de entonces ya no se guardaron las apariencias. Y funcionó la clásica amenaza: o estás conmigo o contra mí. El entonces fiscal jefe José Aranda la sufrió en sus propias carnes y perdió su cargo tras enfrentarse con Fungairiño y sus colaboradores por presentar una querella contra el expresidente de Banesto Mario Conde.

Esa actuación se resolvió con la apertura de expedientes disciplinarios a Fungairiño, Ignacio Gordillo y Pedro Rubira y María Dolores Márquez de Prado, la única que abandonó.

El grupo se fortaleció entonces y fue el responsable de la caída del entonces fiscal general del Estado Juan Ortíz Urculo, que fue sustituido por Jesús Cardenal. Este propuso su nombramiento como fiscal jefe de la Audiencia en 1997, pero no logró ni un solo apoyo. Desde entonces, Fungairiño se hizo el amo de la situación. Pero todo cambió tras la llegada a la fiscalía general del Estado de Cándido Conde-Pumpido que con paciencia y habilidad de gallego le ha forzado a irse.