Era imposible que el primer debate rompiera el corsé de unos argumentarios que todos han interiorizado y manejado hasta la saciedad. Y así el encuentro de Sánchez, Casado, Iglesias y Rivera permitió a sus protagonistas colocar sus discursos y polemizar a partir de ellos sin que fuera posible determinar quién resultó ganador en aquella partida. Hoy, cada cual barrerá para su casa.

Lo cierto es que el líder del PSOE mantuvo un tono sereno, muy serio y con suficiente contundencia como para callar un par de veces a sus ardorosos contertulios. El de Cs repartió leña desde el primer momento con un lenguaje tuitero. Muy formal y muy amarrado a la Constitución anduvo el de Unidas Podemos. Se echó en falta a Abascal, aunque Pablo Casado, la voz de la derecha tradicional, tuvo algún momento en el que parecía el jefe de Vox. Quizás fue el del PP el que peor librado salió del envite. Ninguno cometió errores de bulto.

Llevamos demasiado tiempo inmersos en un debate permanente, omnipresente en medios y redes y repleto de hipérboles, sobre todo por parte de unas derechas que compiten en el mercado de la exageración: Casado dijo ayer que los de Sánchez habían sido «unos presupuestos comunistas». Por no hablar de las reiteradas y gratuitas acusaciones a PSOE (y Podemos, claro) en relación con supuestos pactos ocultos con presuntos socios secesionistas. Por eso tal vez, cuando el actual presidente afirmó categóricamente que no habrá referéndum de autodeterminación ni independencia de Cataluña, los dos portavoces conservadores se quedaron mudos durante un interminable segundo. ¿Qué esperaban? Lo mismo cuando, según lo previsto por todo el mundo, pretendieron que el secretario general socialista afirmara o negara la posibilidad de indultos a los encartados por el Procés, cuando el juicio no ha concluido y por tanto se desconoce la sentencia.

Sánchez e Iglesias interactuaron entre ellos con más sintonía y mejor estilo que Casado y Rivera, sobre todo porque este último dirigió a quién podría ser su futuro socio algunas ráfagas de fuego amigo. A la hora de determinar futuras alianzas, sin embargo, la insistencia del primer candidato de Unidas Podemos para extraer de Sánchez una respuesta a la pregunta de si pactará, o no, con Ciudadanos. El presidenciable del PSOE se fue por las ramas.

Seguramente, lo que le ocurrió a Casado, que en varios momentos perdió intensidad, fue que intentaba ofrecer un perfil más sosegado para no espantar a la derecha más centrada. Pero sus intervenciones, fuese porque así estaban preparadas, fuese porque era lo que mejor le salía, reflejaron una extraña disociación ente el tono y la intención.

De ahí que para muchos analistas de la onda conservadora fue Rivera quien sacó mejor nota. No solo porque estuvo incisivo, sino porque disponía de más munición que arrojar a diestro y siniestro (sobre todo a siniestro). También llegaba con una tremenda avidez y la urgencia de remontar unos sondeos que le siguen dejando muy lejos del PP y por lo tanto alejado igualmente de ser quien dirija un posible proceso de recambio en el Gobierno de España.

Si alguien esperaba que este debate podía suponer un factor clave para mover a los indecisos e incrementar la participación electoral quizás se haya quedado un poco defraudado. Pero lo cierto es que desde aquel famosos cara a cara entre Kennedy y Nixon ha pasado mucho tiempo y la presencia de la imagen de los candidatos en las campañas electorales ya está muy vista. Además, un debate a cuatro no es lo mismo que un cara a cara entre dos. Sin embargo, ver en directo a quienes aspiran a gobernar España siempre resulta interesante.

Por eso Atresmedia ya vende su debate de hoy como «el definitivo». En él, unos y otros querrán corregir errores. En esta segunda edición habrá, seguro, aún más intensidad porque será la última oportunidad de lograr ese vuelco que cada partido ansía y cada cabeza de cartel busca con creciente ahínco..