Hay escenas que llevamos pegadas desde la infancia. Recuerdo una en Cáceres de un domingo por la tarde. Iba con mis primos al cine, bajábamos deprisa desde la Plaza de Italia al Coliseum y al descender las escaleras del Hospital, en ese rincón de Cánovas, un hombre joven abofeteaba a una muchacha. Recuerdo que ella tenía el pelo rubio y lacio, que le suplicaba. Quizá mis primos no repararon en aquello, pero yo sé que corría volviéndome para mirar un dolor que me ha acompañado desde entonces.

Años después en la Facultad se rumoreaba que un profesor había sido denunciado por maltrato a su mujer. Recuerdo una tarde rodeados de libros en uno de los bares de la calle General Ezponda discutiendo sobre aquel rumor. Había voces que lo desacreditaban con el argumento de que aquello no era posible en un profesor universitario. Tal vez demasiados estuviésemos entonces convencidos de que el titulo académico no solo nos daba acceso a algunos privilegios, sino que también nos prevenía contra determinadas infamias.

También de esta vileza nos da cuenta la literatura y el cine. Dulce Chacón en Algún amor que no mate lo denunció unos años antes de que Ana Orantes relatara su calvario en Canal Sur y pagara con su vida su valentía y su atrevimiento. La noticia, unos días después, de que aquella mujer había sido quemada viva por el marido por no haberlo protegido con su silencio, hizo que todos nos hiciésemos cruces sorprendidos con lo que todos sabíamos. Angela Vallvey volvió sobre el tema en No lo llames amor . En el cine Icíar Bollaín en la dolorosa y serena Te doy mis ojos , o más de pasada en Flores de otro mundo . Los títulos son innumerables.

A VECES el apetito insaciable de la misma demencia alcanza de lleno también a los hijos. Pienso en los niños de Córdoba y en un cuento de Alice Munro , Dimensiones : un padre, para hacer daño a la madre, mata a los tres hijos del matrimonio. En los dos casos, y en muchos otros, ellos prefieren el dolor de ellas a la vida de los propios suyos.

Desde que llegué de Cáceres el Día de los Difuntos, aquí en Bélgica casi no se habla de otra cosa. Ese jueves encontraron muerta en una habitación de un hotel de Ostende a Veronique Piretton , periodista política y colaboradora en un programa literario de la RTBf. El único sospechoso y detenido es su marido. El lo niega, pero tiene todos los indicios en su contra: los testimonios, la autopsia y un análisis toxicológico. El es Bernard Wesphael , diputado del parlamento valón y un hombre culto y carismático. En 1980 fue uno de los fundadores del partido ecologista y desde entonces es una referencia de la izquierda en Bélgica. Hace un par de años encabezó una corriente de pensamiento denominada Ecología y laicidad; últimamente estaba empeñado en crear en Bélgica un frente de izquierdas en la línea del candidato presidencial francés Jean Luc Mélenchon : educación popular, laicidad y ecología.

RECUERDO y leo, y la única conclusión es que ni la cultura ni la ideología previenen contra las frustraciones e inseguridades. Lo demás son todo dudas y una quietud inestable. Cómo puede ser que compañeros en un principio tiernos y comprensivos se transformen con el trato en hombres crueles, cómo es posible que se revuelvan contra el aprecio hasta asesinarlo, que lleguen a quererse tan poco que acaben por detestar a quienes les quieren. Por qué siempre, incluso quien hace de la defensa de los desfavorecidos o inadaptados su bandera, descarga sus debilidades golpeando a los más débiles. En el cine, en la literatura, en la política, en la familia, ahora y en la infancia, las frustraciones e inseguridades se liberan machacando siempre a los más cercanos y quebradizos.

Oigo decir, sólo con educación. Y sí, tal vez, pero sólo con una educación más atenta y subversiva. Más empeñada en la consideración y el refuerzo que en el castigo, la uniformidad y el desprecio.