El otro día sucedió algo extraordinario. En la pausa de mis clases de alemán, en la que normalmente los españoles nos dedicamos a criticar a los políticos españoles, a quejarnos de las costumbres alemanas o a compadecernos del tiempo berlinés, surgió una conversación especial: hablamos sobre la felicidad. Sobre su búsqueda y sobre si se puede encontrar.

Algún día me gustaría escribir sobre mis clases de alemán. Estoy asistiendo a un programa especial, financiado por la Unión Europea y por el gobierno alemán. Para entrar en este curso, el requisito indispensable era tener estudios superiores y haber alcanzado el nivel B1 de alemán (para los que no estén familiarizados con el marco europeo de referencia para las lenguas, el nivel B1 te habilita a saber pedir una cerveza declinando en acusativo, pero aún no te permite contarle tus penas al camarero que te sirve esa cerveza declinada). En mi clase todos los compañeros son personas cultas, con experiencia laboral y muchos de ellos por encima de la treintena. Todos están en paro --o trabajando en algo que no es lo suyo-- y la mayoría son españoles: médicos, arquitectas, ingenieros. El día en que escriba el artículo sobre mis clases de alemán lo titularé "Lo que ha perdido España". Será un artículo con tono triste y rabia contenida. O quizá sin contener.

El lunes pasado nuestra profesora nos pidió que viéramos un documental sobre la búsqueda de la felicidad. En alemán, para practicar. Yo falté ese día a clase porque estaba haciendo una entrevista para un medio en el que me pagan con ilusión pero no con dinero --el destino del periodista joven, ¿qué hacer? ¿Renunciar a hacerse un hueco a cambio de mantener unos ideales? Al final terminas publicando, esperando que algún día las cosas cambien, salgamos de la crisis, se valore el periodismo o algo de eso--. El medio se llama 'Meeting Halfway', se lo recomiendo. Tiene artículos muy interesantes, pero lo más valioso de todo es quién lo saca adelante: jóvenes voluntarios procedentes de la mayoría de los países europeos, trabajando codo con codo gracias a Internet. Sin fronteras y un entendimiento común, a pesar de que en muchas ocasiones no compartamos ni siquiera el mismo alfabeto.

Al día siguiente de la proyección del documental sobre la búsqueda de la felicidad, mis compañeros me lo resumieron: "iba sobre diferentes personas que no eran felices. El oficinista quería vivir en el campo, el del campo quería vivir en la ciudad, el viejo quería ser joven...". Pero también iba sobre gente feliz: "unos, por ejemplo, eran felices dentro de sus rutinarias vidas gracias a que se habían apuntado a un coro". "Mucha gente hace eso", comentó una compañera. "Por ejemplo, hay quien lleva una vida anodina dentro de una oficina y luego se va de caza".

YO ME LIMITE a escuchar dentro del corrillo en el que se trataba el tema. Los que estaban hablando eran mayores que yo y llevan más tiempo en Alemania. Vivir en el extranjero curte. Son muchos días de dudar si hiciste bien en venir, si no has desperdiciado tantos meses en un idioma que nunca vas a dominar del todo. Muchas tardes anocheciendo a las cinco sintiendo que no te vas a adaptar. Uno de los compañeros zanjó la conversación: "la vida es una lucha, una lucha contigo mismo. Aquí o en España". Otra compañera prefirió llamarlo "aprendizaje".

Al final, decidí hacer lo que hacen los que no se atreven a opinar, citar. Y cité a Albert Camus , nada menos. Una frase que leí en su libro 'El Extranjero' --muy al pelo--. La frase la leí, en efecto, pero debí de olvidarla porque me pareció nueva cuando volví a encontrármela en el Facebook, el ágora donde los jóvenes de hoy en día nos culturizamos --o todo lo contrario--. La cita dice así: "En lo más crudo del invierno aprendí al fin que había en mí un eterno verano".