La Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) estos días atrás nos han propuesto que consumamos insectos, puesto que tienen una gran riqueza en proteínas y otros nutrientes, además de que son fáciles de producir y puede paliar la escasez de alimentos existente. Además nos señala que ya de hecho forma parte de la dieta habitual de unos 2.000 millones de habitantes de este 'Perro mundo'. Con este último nombre se titulaba una película- documental de los años 60 que trataba del exotismo de la conducta humana en distintos países, en los que se exponían hechos divertidos, eróticos, espectaculares e impactantes. Fue en este documento cinematográfico cuando vi a varios comensales consumir todo tipo de insectos. Para que entonces, a los españolitos de a pie, nos pareció, como poco, impresionante, sin caer en el hecho que ya consumíamos con asiduidad otros bichitos: los caracoles.

Dicen que consumir un determinado tipo de alimento se debe en gran manera a un hecho cultural y educacional. Lo que a nosotros nos puede parecer extravagante y hasta asqueroso, para otros terrícolas puede ser un hábito natural.

Pero hablemos de los caracoles. Estamos en plena época de consumo en muchas partes de nuestra geografía peninsular. Ejemplos tenemos muchos: en mi ciudad natal, Córdoba, somos verdaderos comedores de caracoles "grandes y chicos" como les llamamos; pero qué decimos de Portugal o los mismos franceses con sus 'escargots' a la plancha o en salsa.

XEL CONSUMOx de caracoles se ha llevado a cabo desde la Antigüedad. Existía una fuerte producción en la Roma Antigua. El mismo Celso recomendaba su consumo para los inválidos. La helicicultura era habitual y la primera coclearia se estableció en Tarquemia, una ciudad no muy lejos de Roma hacia los años 50 a.C. Otros lugares de renombre fueron las islas Baleares, Capri, Liguria y en Pompeya, que llegó a tener un cierto prestigio por sus caracoles.

Según últimas investigaciones el "Garum gaditanus" contenía también caracoles macerados. Pero pasado el tiempo en la Edad Media era la carne ideal para saltarse la abstinencia, pues la carne de caracol no era considerada como tal. Las recetas que nos han llegado hasta nosotros nos indican que se elaboraban fritos en aceite y con cebolla o en brocheta o simplemente hervidos y condimentados.

Ya en el siglo XVII y hasta el XX se han venido recomendando en todos los libros de cocina la manera de curarlos y elaborarlos (fritos o cocidos). Se solían limpiar previamente sometidos al consumo de hierbas durante varios días para después limpiarlos con agraz.

Si nos adentramos en la actualidad española, existen un aumento de su consumo y venta tanto en fresco como ya congelados. Se consumen de diversas maneras, desde sopas como las que suelen elaborarse en Logroño el día de San Juan o en el día de San Jorge en Aragón los hacen asados con ajo picado. En Navarra durante las fiestas patronales se consumen en salsa. Se puede decir que cada región tiene una receta de caracoles.

Los caracoles son moluscos gasterópodos de aspecto bicháseo que puede ser para otras culturas poco agradable al consumo, por el contrario nosotros culturalmente estamos acostumbrados.

Posiblemente la recomendación de la FAO no sea tan descabellada y solo sea acostumbrarse a ella. Solo debemos de pedir que se lleve un control exhaustivo de tipo sanitario y sean mejor los que se producen en granja que los silvestres.

Los que ya tenemos una cierta pátina cultural posiblemente sea difícil que cambiemos nuestros hábitos de consumo, pero tal vez nuestros más jóvenes puedan ir adaptándose a nuevos hábitos de consumo. Por ejemplo, puede que pronto lleguen aquí los famosos chapulines, los gusanos de maguey o las hormigas chicatanas, todas ellas delicias mexicanas.