TEtscribir sobre besos significa hablar de pasiones, esas de las que siempre seremos prisioneros... Para abrazar a un ser querido, reencontrarse con un amigo o, sencillamente, dar la bienvenida a un desconocido empezamos con uno, dos, tres... golpes de labios en las mejillas. Para despedirnos, también. Los besos tienen sabores: a madrugada, a niño recién nacido, a tabaco y perfume y hasta a amor, fin último de una de las convenciones sociales más arraigadas que tenemos en el mundo.

Me siento hermano del gay al que recibo con dos besos y cerca de quien me abraza con el regalo de juntar dos rostros por unos segundos. La historia guarda besos que no dimos, que guardamos y hasta olvidamos por muchos que intercambiáramos. También conservamos los inolvidables, aquellos que nos hicieron felices. Y los imprescindibles, esos sin los que no podríamos vivir y que nos dan el aliento diario. Cada uno de ustedes sabrá dónde encontrarlos y a quién dedicarlos...

Igual que respirar, como un alimento necesario, los besos permiten latir a nuestro corazón. Encienden la llama del cariño y, por supuesto, rompen las alambradas de la frialdad y la distancia. Cuando nacemos, nos besan... Al morir, también. A mi hija y mi sobrinos les daría mil besos si me dejaran. Como una adicción invisible, vamos dejando su rastro por nuestra vida y, a veces, sentimos la soledad si no recibimos esa demostración de cariño que tanto nos hace falta.

Piensen cuántos besos necesitan al día y estén seguros de que siempre habrá un lugar al que acudir en su búsqueda. Ese amigo, ese ser querido que alivie una pena con la mejor terapia del mundo, como un lujo al acceso de todos. Por eso entreguénse a una pasión con la que crecemos, que a veces olvidamos pero siempre recuperamos. Son ellos, los besos, tan dulces a veces, tan amargos otras, aunque no podamos vivir sin ellos.