«Ya en el siglo XIII hay referencias a las monterías y hay tratados de caza del siglo XIV, aunque la caza ha existido siempre». El antropólogo Roberto Sánchez es un profundo estudioso del mundo cinegético y el autor del informe técnico en el que la Federación Extremeña de Caza y la Asociación Española de Rehalas se han apoyado para solicitar a la Junta de Extremadura la declaración de la montería y la rehala como Bien de Interés Cultural Inmaterial. Extremadura se convierte así en la segunda región que inicia los trámites para obtener este reconocimiento (que ya tienen, por ejemplo, la danza y fiesta de la Virgen de la Salud de Fregenal de la Sierra o la Fiesta del Árbol de Villanueva de la Sierra) tras la iniciativa de los colectivos de caza de Andalucía en 2017.

La montería fue hasta el siglo XIX una actividad exclusiva de reyes y nobles. Ahí comenzó una apertura que ha llegado hasta nuestros días y que aleja esta modalidad de lo que significaba en la Edad Media, cuando se tiene constancia del término, (en el Libro de la Montería de Alfonso XI aparece información sobre esta actividad y la utilización de perros) aunque sí que entronca con ella en cuanto a estrategia de caza. Ese elemento histórico, uno de los requisitos imprescindibles para alcanzar la distinción, es el primero que ponen de manifiesto las distintas organizaciones que apoyan la declaración (junto a las dos que abanderan el proyecto aparecen como benefactores, entre otros, el Real Club de Monteros, Aproca Extremadura y empresas de distribución de la carne de caza), pero no el único.

Otro factor importante es su impacto socioeconómico sobre el medio rural. Porque en Extremadura, según los datos recabados en la documentación técnica, se celebran una media de 75 monterías cada fin de semana entre los meses de octubre y febrero (más de 1.700 monterías por temporada), y son en torno a 5.000 personas las que participan semanalmente en estas actividades. La montería y la rehala generan al año, según el informe de la situación de la caza de 2016, un flujo económico de más de 160 millones de euros entre gasto en monterías, carne de caza, rehalas, taxidermias, cazadores foráneos...

«Se ha hablado mucho de lo que aporta económicamente el sector de la caza, pero nosotros siempre hemos apostado por impulsar los valores culturales, etnográficos y antropológicos de la caza», defiende el presidente de la Federación Extremeña de Caza, José María Gallardo. Y entre ellos destaca que esta actividad «une a amigos y familiares en las zonas rurales» y que gracias a ella se conservan nombres de montes, regatos o campos. «Es una forma de proteger todo eso, y también un amparo legal y un reconocimiento ante cualquier normativa que intente agredir a la caza», explica Gallardo.

La tradición

Un último elemento a tener en cuenta en el análisis técnico es la tradición en torno a la actividad y en el caso de la montería, la marcada «ritualidad» y el hecho de que esta modalidad tiene una enorme tradición en Extremadura, donde la montería ibérica es autóctona junto con Andalucía pero con diferencias entre ambas. Cada jornada montera sigue idéntico patrón en la región: primero la junta y el desayuno (en él participan todos los integrantes, desde los monteros a los perreros y habitualmente con migas extremeñas); el sorteo de los puestos (que siempre se cierra deseando ‘suerte’); la salida al cazadero y la suelta de rehalas; la batida de la mancha, los lances y la recogida de las reses; la junta de carnes (el lugar donde se llevan todas las piezas abatidas) y la comida montera. «Y junto a todo eso, la montería no es solo unos señores que pagan por ir a cazar, es una tradición que pasa de padres a hijos y auténticos eventos sociales en los que se entra en procesos de identificación colectiva, como sucede en pueblos de Extremadura en zonas como la Sierra de San Pedro, donde hay una identidad muy vinculada a la caza» defiende el antropólogo.

Igualmente en el caso de la rehala (o recova, como se conoce en Extremadura) el informe recoge en las más de 300 paginas de análisis y documentación la vinculación de esta actividad a la montería y su evolución conjunta.

Un año de trabajo

«Extremadura, la rehala y la montería necesitan y merecen este reconocimiento», defiende Javier Mejías, presidente de la Asociación Extremeña de Rehalas, que ya trabajó en la documentación para la declaración en Andalucía y desde hace un año se ha implicado con el proyecto extremeño.

Junto a todo eso, el informe pone en valor el reflejo que la montería y la rehala han tenido en la literatura (como Jaime Foxá como máximo exponente de la literatura cinegética o Antonio Covarsí) o la pintura y el arte en general (en el Museo de Arte Romano de Mérida hay varios mosaicos de temática cinegética y los extremeños Adelardo Covarsí y Antonio Solís retrataron la montería y a los cazadores) la artesanía cinegética (la taxidermia), la música (especialmente el flamenco, con historias legadas a la caza y el mundo rural) o la gastronomía vinculada a la carne de caza. España es además el principal exportador a Europa de caza y este tipo de industria es boyante en Extremadura aunque el consumo interior de esta carne aún es muy reducido.

El antropólogo Roberto Sánchez es consciente de que frente a los apoyos que esta iniciativa ha recabado ya, también se alzarán voces críticas y defiende por ello el valor ecológico de la caza como herramienta de gestión: «La caza bien ejecutada se aleja totalmente de cualquier tipo de maltrato animal; más bien al contrario, hay que estar dentro para ver el apego que el cazador tiene por el animal», dice.

Por eso los colectivos que persiguen la declaración como Bien de Interés Cultural Inmaterial no solo anhelan garantizar la protección y conservación de la montería y la rehala, sino también contribuir a su conocimiento, a la investigación y a que el propio sector haga retrospectiva del legado, analice de dónde viene «y empiece a cuidar esta manifestación social y cultural de Extremadura», zanja José María Gallardo.