XExn alguna ocasión me he visto involucrado en la absurda discusión de qué ciudad es más bonita: Cáceres o Trujillo. Yo soy natural de Cáceres, mi mujer, de Trujillo; por eso en alguna reunión familiar ha surgido el tema y hemos pasado una buena parte de la sobremesa intentando solventar este irresoluble problema. Empezamos aportando datos objetivos argumentados en el terreno del arte, de la historia, del urbanismo, de la calidad de vida, y terminamos cayendo en el territorio de lo emocional: mis sentimientos o tus vivencias; ante lo cual no hay posibilidad de llegar a acuerdo alguno.

Cuando la discusión se atasca, intento dar fin a la misma con una postura de concordia que se basa en el siguiente argumento: Si yo fuera un turista que llegara a cualquiera de estas dos ciudades me moriría de gusto disfrutando de ellas, aunque sólo fuera durante el efímero tiempo que transcurre entre la deliciosa mañana de los sábados y la espantosa tarde de los domingos.

A las ciudades o a los pueblos --que no se conocen-- hay que acudir de noche. La cena y el alojamiento te acercarán más a ella y a sus gentes. Intercambia con ellas palabras de cortesía, pide información y duerme. Mañana será otro día. El día que completa las sensaciones. El Sol --implacable-- ha desmaquillado la ciudad. No por eso la ciudad defrauda, es otra, complementaria de la anterior. Cuando ganemos distancia, se fundirán las dos ciudades en el recuerdo, que se hará completo y definitivo.

A las ciudades y pueblos hay que ir con ojos de turista y alma de paisano. Ojos escrutadores que no dejen escapar detalle y el alma lugareña que nos haga propietarios, dueños del aire, de la atmósfera de los jardines arbolados, del tiempo y el espacio de la población.

Para que todo esto funcione hay un requisito imprescindible: la limpieza. Una ciudad sucia hace que se desplomen las sensaciones mágicas que pueden recogerse en cualquier rincón de la misma.

Cáceres quiere ser capital europea de la cultura en el 2016. Quiere presentarse limpia y bella, pero no la dejan. Por una parte están las instituciones que intentan poner los medios pero muchas veces no aciertan. Se hacen barrabasadas urbanísticas. Contratan unos servicios de limpieza y mantenimiento tan potentes que no dejan descansar a sus ciudadanos con los ruidos que producen durante la tarea nocturna. Por otra, los ciudadanos empeñados en mancillarla. Unos sacando a sus mascotas para que se alivien en las aceras. Otros, arrojando cualquier cosa que no quieren aguantar en las manos hasta encontrar una papelera, ¡hay muchas!

Pero lo peor --sin ninguna duda-- son los graffiteros (incapaces de contener su espíritu cavernario) que van decorando la ciudad con sus indelebles rúbricas sobre fachadas, puertas, escaparates y cualquier soporte material que tenga superficie suficiente para acoger un garabato. Hay que solucionarlo.

Cáceres quiere presentarse limpia y bella, pero no la dejan. Los ciudadanos están empeñados en mancillarla. Unos dejando a sus mascotas aliviarse en las aceras. Otros, arrojando cualquier cosa a la calle. Pero lo peor son los graffiteros.