Casi 4.000 kilómetros separan Extremadura de los campos de refugiados de Skaramagas y Ritsena (Grecia), en donde mientras las familias que allí viven esperan que Europa les dé una salida, tres jóvenes extremeños cuidan de la salud, física y moral, de todos ellos. Se trata de Teresa, Emilio y María Angeles, cooperantes sanitarios de Cruz Roja Española.

Sus trayectorias son diferentes pero sus perfiles se asimilan: personas inquietas, que quieren cambiar de rutina, con ganas de dar lo mejor de sí mismos para servir a los demás y mejorar su experiencia profesional.

Eso es lo que movió a Teresa Moll, una villanovense enfermera en el 112 que no es novata en este tipo de misiones, pues ya participó en la unidad de respuesta de emergencia de Cruz Roja en Nepal el pasado año, tras el terremoto que asoló al país.

En Grecia trabaja en el campamento de Skaramagas, al sur de la ciudad de Atenas, en donde conviven más de 3.100 personas: iraquíes o sirios, kurdos o yazidíes, entre otras etnias, con diferentes costumbres pero las mismas necesidades básicas.

"Esto es un poco como cualquier pueblecito de Extremadura en el que nos conocemos ya todos", afirma Teresa.

Además, su labor requiere un trato directo con la gente: es encargada de promocionar la higiene en el campo, tanto del propio recinto como la personal.

"Es un reto muy importante. Hay que asegurarse que todo el mundo tiene champús, bolsas de basuras... Cosas de la vida diaria que quizás no valoramos pero que realmente son indispensables para el día a día", explica.

Teresa valora especialmente el "aprendizaje mutuo" que surge con los refugiados, puesto que mientras los cooperantes les introducen sobre la vida en Europa, ellos también enseñan su propia cultura y tradiciones.

"Son diferentes nacionalidades y etnias, algunas veces creemos que son todos iguales y obviamente no", subraya.

Así, en el grupo de voluntarios del campamento hay representantes de todos los grupos, que conviven en armonía.

"Están especialmente preocupados por la ola de ataques que está teniendo lugar este verano, se lamentan y temen, dicen que así 'Es muy dificil que Europa nos acepte'. Recuerdo cuando hubo el golpe de Estado en Turquía que se formó un gran revuelo. Son personas conectadas a lo que pasa en el mundo, al margen de su procedencia, como cualquiera", afirma.

Lo corrobora Emilio José Romero, enfermero en el campamento de Ritsona, en la región de Itaca.

"Son personas que tenían su vida normal y ahora intentan salir adelante, como haríamos cualquiera de nosotros, eso no lo cambia la religión ni nada", explica a la vez que asegura que el miedo al islam es infundado.

Ritsona es un campamento más pequeño que el de Skaramagas, con unos 700 refugiados, lo que convierte al lugar, cuenta Emilio, "en más pueblecito todavía".

Este enfermero, natural de Almendral, se encarga de la parte logística en la distribución de medicamentos y productos sanitarios, pero lo que más valora es poder entablar conversación y pasear por el campo en sus ratos libres para charlar con sus habitantes: "con mi mini inglés y su mini inglés nos tomamos un té, un café... No solo los medicamentos curan, el estar con ellos, el jugar con los peques y sacarles una sonrisa también es necesario. Te llevas mucha satisfacción y muchas alegrías", cuenta.

Al llegar por primera vez a Ritsona, a Emilio le impresionó la organización que reinaba en el campamento, contraste justificado en comparación a su anterior experiencia en los campamentos de las islas griegas de Samos e Ios, donde el panorama era bastante más caótico.

Allí, la situación era crítica, con hasta 1.500 personas llegando cada día y donde básicamente se encargaban de prestar una atención rápida y de primera necesidad.

Lo cuenta María Angeles Montaño, una enfermera de Los Santos de Maimona que también recaló en Ritsona tras pasar por esas dos islas del Egeo.

"Allí te encontrabas una alegría y una exaltación máxima porque es cuando (los refugiados) logran pisar Europa. Una vez que llegué aquí vi que estaban muy frustados. Lo comparo con las cinco etapas de duelo porque ahora que por fin ha comenzado el proceso de registro parece que hay otro humor en el ambiente. Van aceptando que esto lleva tiempo pero les anima que haya movimiento", cuenta.

Tras más de tres años y medio trabajando en Francia, María Angeles decidió volver a su tierra y formarse en cooperación, un campo que siempre le había llamado la atención.

Hoy se encarga de coordinar a los equipos sanitarios de la Cruz Roja española y francesa, que a su vez prestan apoyo a la helénica, y también de controlar el buen funcionamiento de la clínica y la planificación de actividades, tanto de salud y promoción de la higiene como sociales.

Aún rememora una de sus primeras experiencias en Grecia, cuando se trasladó a Ios para trabajar en la 'ODK' (Open Data Key --la aplicación con la que Cruz Roja recoge las estadísticas sanitarias de los pacientes--).

"Recuerdo que nada más llegar allí, sin mediar palabra, una niña se vino a mi lado y me siguió durante todo el día, tuve una conexión rápida con ella. Esa mirada no se me borrará jamás. Es increíble cómo nos podemos comunicar unos con otros sin necesidad de decir nada", rememora.