La cooperación tiene nombre de mujer. Son las extremeñas las que lideran este tipo de iniciativas y también las mujeres las que se convierten en el motor del desarrollo en los proyectos que las distintas oenegés llevan a cabo en los países en desarrollo. Es la perspectiva de la Agencia Extremeña de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aexcid) y también de los colectivos que están poniendo en pie los proyectos por todo el mundo y la razón por la que se ha favorecido en los últimos años un giro para que la perspectiva de género se sitúe en el centro de las políticas de desarrollo.

En los dos últimos años Aexcid ha intervenido en 26 países con cientos de proyectos y un impacto directo sobre 2,5 millones de personas, de las que el 60% son mujeres, según los datos de la agencia. Solo el año pasado se generaron 186 proyectos en distintos rincones del mundo, con casuísticas variadas pero con un nexo común: los datos que revelan que las mujeres duplican los diferentes tipos de exclusión. Como contraste, una realidad que han visto sobre el terreno las distintas oenegés consultadas y la propia Aexcid: que son ellas también las que sustentan el motor de desarrollo. «Y una amplía mayoría de los cooperantes son también mujeres; son mayoría absoluta», añade Ángel Calle, responsable de Aexcid.

Pilar Milanés, de la oenegé Solidaridad con Guinea Bissau (Soguiba), lo ha comprobado a través del proyecto que desde el 2001 tienen en marcha en la localidad guineana de Cumeré. «Hemos estado haciendo un trabajo en feminismo durante años se una forma quizás poco consciente pero con muy buenos resultados», valora Milanés. De hecho el objetivo prioritario de su intervención en el país era mejorar los ingresos de las familias, promover una dieta más diversificada y mejorar la nutrición de los niños. Para eso comenzaron trabajando con asociaciones de base para poner en marcha huertas colectivas en los colegios para favorecer que la comida que se les da allí a los niños fuera más variada.

El poder de una huerta

El proyecto de huertas escolares no funcionó, pero generó un proceso de empoderamiento que no habían previsto; sirvió para que las mujeres empezaran a interesarse por la horticultura (una actividad despreciada por los hombres), se adueñaran de los espacios y comenzaron a acudir en grupos a la sede de Soguiba para pedirles ayuda para montar una huerta comunitaria. Lo que comenzaron siendo seis huertas comunitarias (las del proyecto escolar) se ha convertido en un trabajo en que abarca ya a 40 aldeas, con 40 asociaciones de mujeres, unas 2.900 mujeres en total.

«Las comunidades no estaban preparadas para este cambio y ahora queremos ayudarles a dar el paso, porque el proyecto ha evolucionado hasta el punto de que son ellas quienes toman la iniciativa, se organizan y llegan a nuestra sede con luna propuesta para hacer un huerto, con el espacio definido y con los primeros contactos con los grupos de hombres de la aldea (los que mandan) para poder llevarlo a cabo», explica Milanés, que ahora están en marcha con la Fundación Mujeres para profundizar en la perspectiva de género del proyecto, reforzar el asociacionismo de base en las mujeres y favorecer que las huertas sean además rentables.

Hace dos semanas Aexcid participó en la feria internacional de la cooperación en Bruselas (este año el tema era la igualdad entre hombres y mujeres), presentando las experiencias que están acumulado la agencia extremeña con su giro hacia la perspectiva de género atendiendo a las peculiaridades de cada país. «No es lo mismo la situación de las mujeres en Nicaragua que en Guinea Bissau, en Marruecos o en Palestina. En cada país la perspectiva de género es diferente y el trabajo tiene que ser distinto», valora Calle.

En Nicaragua trabaja desde hace casi una década Fundación Mujeres con un proyecto que promueve el empoderamiento de la mujer no solo focalizando en ella el trabajo, sino en todos los sectores que forman parte de su entorno, lo que incluye a las instituciones, la iglesia y también los hombres (hijos, padres, parejas...). «Nuestro objetivo es promover los derechos de las mujeres y empezamos trabajando con ellas. Pero con el tiempo nos hemos dado cuenta de que es necesario articular a otros actores y otras instituciones públicas, como la Iglesia, los hombres y las asociaciones sobre el terreno, para obtener mejores resultados», explica Rocío Hernández, responsable del proyecto. Hace cuatro años que ampliaron la perspectiva y los resultados se han dejado notar de forma inmediata, en un país en el que invisibiliza la situación de la mujer y se silencian los feminicidios.

Para la primera pata de este proyecto reunieron a 20 mujeres y 20 hombres, líderes de sus respectivas aldeas para formarles en prevención y mediación en violencia de género (en cuestiones como afectividad, reconocimiento y equidad), y convertirles en referentes y en transmisores en cada aldea para crear una red de mujeres y hombres contra la violencia de género. Paralelamente con 100 mujeres y 100 hombres comenzaron a trabajar en una estrategia para promover la afectividad, equidad, respeto y reconocimiento. Y junto a eso, se ha creado un proyecto de microcréditos para favorecer la independencia económica de la mujer y de esa forma mejorar el escenario para que «rompan con el círculo de la violencia», incide Hernández.

Lo que hace Fundación Mujeres es permitir que las mujeres que están inmersas en ese proyecto de empoderamiento, puedan montar pequeños negocios como fruterías o tiendas de ropa, con asesoramiento y ayuda económica. «Son actividades de subsistencia porque las condiciones de pobreza no permiten dar el salto cualitativo de convertirla en empresaria.; pero han favorecido que las economías de sus familias mejoren, que puedan comer carne dos veces a la semana, o que las mujeres puedan ahorrar para hacerse sus chequeos ginecológicos. Y junto a eso, se visibiliza la contribución de las mujeres a la economía del hogar y se favorece que pueda salir del círculo de la violencia de género», explica Hernández.

Migrantes

Marruecos es el escenario de uno de los proyectos que más recientemente se ha incorporado a la estrategia de la Aexcid , y lo abandera el colectivo Mujeres en Zona de Conflicto. Este es el segundo año que cuentan con apoyo económico para ayudar a las mujeres subsaharianas que llegan con el deseo de cruzar a Europa.

«La atención es integral pero la focalizamos mucho en la mujer, porque son víctimas de mafias de tránsito, de explotación sexual, de mendicidad; han sido violadas por distintos hombres o han recurrido a un marido de tránsito (una relación de interés por la que las mujeres se unen a un hombre para otros hombres no abusen de ella), llegan en condiciones muy deterioradas en muchos casos», explica Lidia Rodríguez que gracias a esta iniciativa han podido verificar que en las rutas migratorias operan redes vinculadas al crimen organizado que aprovechan la vulnerabilidad de las mujeres para someterlas. Frente a ellos, MZC les ofrecen asistencia jurídica (regularización de su situación o retorno a su país de origen), psicológica y sanitaria, y colaboran además con la asociación Pateras de la Vida, de Marruecos, en «romper el mito del sueño europeo para evitar que crucen sin unas garantías mínimas».