En la Sierra de Gata hay tópicos --"en ocho o nueve años, otro incendio", comentan dos vecinos de la zona-- y miedos ligados al fuego, como Begoña, que se crispa en medio de una conversación --"un incendio", exclama-- al escuchar cómo un helicóptero sobrevuela Acebo. Es el fruto de décadas combatiendo llamas, reponiéndose, empezando de nuevo, curando las heridas del monte y empezando nuevamente cuando otro fuego se lleva por delante todo o parte. Y en 8 o 9 años, vuelta a empezar.

El último fuego arrasó 7.833 hectáreas del 6 al 14 de agosto de 2015, hace casi un año. Las huellas y las cicatrices ahí están y estarán aún durante años, pero junto a bosques de pino, las llamas se llevaron también al menos una parte de la resignación que hasta ahora había en la zona ante los incendios. El fuego dejó huella, sí, pero también algunas lecciones que Gata no quiere repetir en el futuro, mientras gestiona un presente en el que los turistas han vuelto y el ritmo en los pueblos ya se asemeja al de cualquier verano.

Hay quien habla de que, del rescoldo de este fuego ha surgido "una revolución", otros hablan simplemente de hartazgo y los más dicen que para que Gata sea de nuevo Gata, para que la sierra sea de nuevo la sierra y lo sea durante décadas sin interrupciones de catástrofes ligadas a las llamas, hay que volver a los orígenes, a la agricultura y la ganadería, a los nogales, los castaños y los robles...

Rodrigo Ibarrondo es la avanzadilla de la restauración de la zona. "No me quedó más opción", resume. Este burgalés que ha recorrido mundo con varias oenegés en proyectos de conservación de la naturaleza y que ha pasado más de una década en las montañas de Cantabria como trashumante, decidió el año pasado comenzar de nuevo en la Sierra de Gata "un sitio más cálido y en el que hay gente joven con muchas ganas de hacer cosas", dice. Compró un pequeño terreno a poco más de un kilómetro de la localidad de Gata, en una de las laderas, y entre montes en los que se pierde la vista. Pero una semana después, parte del terreno quedó calcinado en el primer incendio de Gata de 2015, el del 27 de julio que arrasó un centenar de hectáreas y se convirtió en el siniestro prólogo de la historia por llegar.

"¿De qué me servía lamentarme?", dice. Tiró de pragmatismo y desde el pasado otoño comenzó a sanear su parcela y el entorno. Plantó 400 bellotas de robles de las que 250 han salido adelante. Y para el próximo otoño el proyecto es más ambicioso e incluye 200.000 bellotas en una parte de las más de 7.000 hectáreas que se calcinaron. No lo hará solo, va aplicar su experiencia como cooperante internacional para poner en marcha un llamamiento en las redes sociales y atraer a voluntarios de todo el mundo que permitan cubrir toda la campaña de plantación. Cuenta ya con recursos básicos como el albergue de Villasbuenas de Gata que se ha comprometido a ceder el ayuntamiento, mientras otros consistorios atenderían la manutención. "Hay que reconstruir con especies autóctonas como el roble y el castaño, y hay que ser imaginativos con lo que hacemos en el campo. Hay que empezar a elaborar productos aquí para que tengan mejor salida", plantea Ibarrondo.

Y en el fondo la lectura de Rodrigo no dista tanto de la de Teodoro Pérez, aunque les separen más de 40 años. "Si es que como el campo no da está todo abandonado, con pastos hasta arriba, que no los limpian y es un peligro, si hubiera animales que lo limpiaran sería otra cosa", dice. La noche del incendio él fue de los que desoyó los avisos y se quedó en Perales del Puerto cuando evacuaron el pueblo, a pesar del riesgo. "Lo que tienen que hacer es dar el terreno de los pinos para cabras y para ovejas, y que así además pueda vivir la gente", zanja antes de continuar la marcha con su mulo al campo, a trabajarlo como ha hecho desde que nació hace más de 70 años.

En Hoyos. Pilar García tiene idéntico diagnóstico. No vive en el campo pero se crió en él y ha visto cómo con el paso de los años ha cambiado el paisaje de la zona y han proliferado unos incendios "que no había antes porque el campo estaba cuidado", dice; y que no amenazaban a los pueblos "porque no estaban rodeados de pinos", subraya.

PRIMEROS CAMBIOS Al menos este año algo no es igual. "El incendio sigue vigente en nuestra mente", dice Oscar Antúnez, alcalde a de Hoyos. Con eso ha calado la conciencia del alto riesgo para la zona y al contrario que otros años, la respuesta vecinal al llamamiento lanzado por el consistorio para limpiar las parcelas y minimizar la propagación de incendios ha sido "muy elevada", asegura

"Creo que por primera vez se están haciendo bien las cosas y que esté la universidad es lo mejor, porque lo que ha hecho es hablar con los agricultores y ganaderos y eso hasta ahora no se hacía", explica Luis Mariano Martín, presidente de Adisgata, alcalde de Villasbuenas de Gata y (como él se considera), agricultor y ganadero. Se muestra muy crítico con la expansión del pino que se ha permitido hasta ahora. Recuerda que en el incendio del 2003 él ya comenzó a hablar de sustituir pinos por actividad agraria y "hubo políticos que me llamaron irresponsable", dice. Pero es que "hay que cambiar pinos por castaños y ganar la baza al abandono del campo", reivindica.

Y en eso radica la idea del mosaico agroforestal que abandera la Uex y respalda la Junta, ante el convencimiento de que el caldo de cultivo de los incendios es el abandono del monte.

"Una parte del mosaico es promover el desarrollo local y el incendio ha servido de excusa para promover el desarrollo local en Sierra de Gata. Hay muchas iniciativas latentes que si las estimulamos bien y las llevamos por el camino correcto van a cristalizar. Hay gente que está montando cooperativas, gente que está comprando terrenos para plantar frutales...", detalla Fernando Pulido, doctor en Ciencias Biológicas, profesor del área de Producción Vegetal de la Uex adscrito al centro universitario de Plasencia y coordinador del plan piloto que se va a poner en marcha en Gata durante los dos próximos años. Para ello se acaba de materializar un convenio que planificará esa nueva Sierra de Gata, con el propósito de que sea la avanzadilla de un modelo agroforestal de la región, permita recuperar usos abandonados por falta de rentabilidad y que estos no solo sirvan de recurso económico, sino también de cortafuegos natural.

"Esto que se está empezando a hacer en Gata está latente en zonas de España en las que no se han dado las circunstancias que sí se han dado aquí. Y están expectantes por lo que se va a hacer", anuncia.

Desde que se apagaron las llamas, la Junta y la universidad comenzaron, por primera vez en la región, a planificar conjuntamente la recuperación del terreno. Primero limpiando los restos, retirando la madera, protegiendo las laderas de la erosión y actuando frente a la ceniza que se había depositado en los cauces. "No quiere decir que me guste cómo se han hecho todas las cosas, pero sí se ha hecho de una forma distinta, que ha sido mejor de lo que se había hecho hasta ahora", dice. Y eso ya es un cambio.

Fernando Pulido es de los que está convencido de que Gata está inmersa en "una revolución" que solo necesita tiempo, cauces y apoyo de las administraciones para llegar a buen puerto y para dar respuesta a la capacidad de movilización que ha demostrado la zona de Gata, y que no existió antes. ¿La clave? Que además de la población habitual hay un colectivo destacado de gente que ha llegado procedente de núcleos urbanos, que quiere trabajar allí y vivir allí, y que han agitado ese inconformismo tras el incendio. "Lo importante es que dure", dice Pulido. Y junto a eso recuerda que "sin gente no habrá mosaico".

EL PAISAJE Poco a poco la mejoría en la zona es visible. Las huellas del incendio permanecerán algunos años más, pero con las primeras acciones y con el factor meteorológico como aliado Gata empieza a ser Gata y ya no se ve una ladera negra. Hay brotes junto a los restos que aún quedan: la madera quemada, los montones de astillas en las inmediaciones de Acebo que se destinarán el próximo otoño a borrar las huellas de las máquinas que trabajaron el pasado invierno en la limpieza. Y paralelamente a eso llegará ya la restauración, "que debería comenzar ya con la idea del mosaico en la cabeza", advierte el profesor de la Uex.

No faltan los críticos con lo hecho y lo que queda por hacer: "Hay mucha chapuza y solo se han creado plataformas para tonterías. Pero no se ha dado ninguna solución a problemas como las fincas de olivos que se quemaron, por ejemplo", dice Roberto Martín en Hoyos.

Y otros que quieren creer en otra forma de hacer las cosas con la que no se vuelva a la dinámica en la que un incendio se lleva por delante todo. Teresa Antolín se reconoce "prudente" ante el cambio que se persigue aunque lo ve necesario y quiere creer que "es real, se lleva a término y funcionará"; que no habrá más veranos con "otra decepción" en llamas. Ha vivido varios incendios en los 16 años que lleva en la zona. Dejó Madrid e invirtió todo en la casa rural Los Robles que gestiona en Acebo. El año pasado las llamas amenazaron su modo de vida, llegaron al límite de su casa y arrasaron el cobertizo y parte de los alrededores. Pero tras meses de trabajo --"y un año de caos", resume-- el entorno vuelve a ser verde y el verano en Los Robles recupera su actividad, aunque ha echado en falta apoyos.

"Decían que nos iban a ayudar, pero a nosotros no nos han ayudado en nada", lamenta y pone en valor que "junto a los propietarios de las fincas, el sector turístico fuimos los que más sufrimos tras el incendio". Por eso se encomienda a los próximos meses y al futuro, ese en el que Gata tiene por delante el reto de ser (o no ser) una nueva Gata.