Puede que Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal sea el acontecimiento cinematográfico más esperado de los últimos años, y sin duda una de esas poquísimas películas diseñadas de verdad a prueba de críticas. No en vano, desde su primera aparición en pantalla hace 27 años, Indy ha llegado a ser uno de los héroes de ficción más venerados. Después del estreno del segundo capítulo de la saga, Indiana Jones y el templo maldito (1984), y, sobre todo, desde el del tercero, Indiana Jones y la última cruzada (1989), fans de todo el mundo han venido expresando su deseo de una nueva aventura.

Se sabía que era cuestión de tiempo, pero nadie habría podido imaginar que al productor George Lucas, al director Steven Spielberg y al actor Harrison Ford iba a llevarles dos décadas hacerla realidad. Durante ese tiempo, se han sucedido las diferencias creativas entre ellos, las discusiones con guionistas y los pleitos contra cualquiera que osara revelar el más nimio detalle de la nueva entrega.

YA NO HAY NAZIS Diecinueve años después, la nueva película vuelve a situar al doctor Jones en un mundo al borde del abismo, esta vez a causa del fantasma de la aniquilación nuclear. Asimismo, Indy lucha una vez más para asegurarse de que un objeto precioso y misterioso --el del título, claro-- se mantenga a salvo de aquellos que quieren destruir la humanidad. Pero esta vez, claro está, los malos ya no son nazis.

En cualquier caso, si las aventuras previas estaban ambientadas en los años 30, estaba claro que la cuarta iba a transcurrir en los 50, es decir, durante la guerra fría. Y eso significa que el enemigo son los soviéticos.

En este nuevo mundo, en la vida de Jones aparecen su viejo amor Marion (Karen Allen), y un chaval rebelde pero amigable llamado Mutt (Shia LaBeouf), y que correrá al lado del héroe a través de templos decrépitos llenos de esqueletos gritones y trampas diabólicas. Además, protagonizarán la más larga y mejor persecución por la selva amazónica de la historia de cine, a la que también se apunta la coronel Irina Spalko (Cate Blanchett), villana digna no solo de esta saga sino hasta de la de 007.

Mientras los acompañamos, comprobamos lo que de autoconsciente, autorreflexiva y autorreferencial tiene esta aventura. Asoma una sonrisa al ver de nuevo esos viejos coches y aviones, ese mapa atravesado por esa línea roja que en las películas de Hollywood del pasado se usaba para mostrarnos los viajes del héroe. A excepción de alguna muestra de efectos especiales nuevos, el diseño artístico, el vestuario y la coreografía de las diversas escenas de acción tienen un aire clásico.

Spielberg ha hecho su película como si los 80 todavía estuvieran a un tiro de piedra, pero el tiempo no pasa en balde, y ahí está Harrison Ford para demostrarlo. El pelo que le asoma debajo del sombrero está canoso, el látigo metido en los pantalones es un accesorio de lo más antiguo, y no se ha inventado el maquillaje que disimule arrugas y papada. De todos modos, "la atracción que la gente siente por Indiana Jones no tiene que ver con su juventud sino con su resolución. Lo importante en las secuencias de acción es que la gente mire a la cara del personaje, y no al cogote de un especialista saltarín", explicó Ford, que en julio tendrá 66 años.

En el filme, Ford tiene un aspecto muy digno y nunca había interpretado tan bien. Además se mueve con una agilidad admirable. Y si, a pesar de eso, usted sigue preguntándose qué sentido tiene que un señor de su edad siga buscando tesoros debería acercarse esta misma tarde al multicines más cercano de su cada, y comprobar la que se lía.