Se ha ido en silencio. Sin hacer ruido. Se había retirado con armas y bagaje a su casa, aunque sin dejar de rumiar tantos aconteceres vividos en la brega diaria de su dilatada biografía, profesional y política; siendo la seña de identidad de esta última la llamada "estética de la izquierda", dado su talante intelectual, humanístico y conciliador, alérgico a la demagogia y al sectarismo, e insobornable en sus principios. Idealista y pragmático, a la vez, siempre se propuso romper la incuria y la mediocridad, a fin de propiciar un futuro digno para su pueblo, en los albores de la Democracia.

Su compromiso social le hizo tener en tensión sus potencialidades de político eficaz, en orden a transformar socialmente la tierra que lo acogió sin reservas. Para ello utilizó su erudición, conocimientos y sólida cultura, en los diversos puestos de trabajo que tuvo, prioritariamente como profesor de Universidad, presidente de la Diputación y presidente de la Asamblea. Caballero cabal, político moderado y ciudadano ejemplar, siempre cortés y de refinada educación, poseía una voz bien timbrada, que le confería un cierto halo de arrogancia, lo que no era cierto, pues era muy cercano y de suaves maneras. Su oratoria era más de salón que de masas, prefiriendo el destello de la palabra urgente que la ruidosa intervención en grandes foros. De ahí que nunca utilizara el exabrupto y la frase malsonante, asilvestrando la expresión, pero sí la ironía, detalle muy propio del talento.

En sus discursos, siempre sin papeles, manejaba, como pocos, la tribuna, llevado de natural seguridad y pericia en el decir. Era, en definitiva, un gran tipo y un profesional de altura, y por encima de todo un intelectual alertado ante lo que enriqueciera su acerbo personal, para luego verterse a los demás, en aras de esa transformación social que tanto le preocupó, mas sin dejar nunca de tener los pies en el suelo, porque supo asumir el verso de Pablo Neruda: "Libro, déjame andar por los caminos,/con polvo en los zapatos/ y sin mitología: yo me voy por las calles./ He aprendido la vida de la vida".

Buen conversador, amante de la tertulia y del arte, le apasionaba la zarzuela, admiraba el folklore de la tierra y era consumado lector de libros y revistas. En definitiva, nos deja un hombre de muchas cualidades y, como todo ser humano, también tenía defectos. Pero no olvidaba la frase de Max Jacob: "Si mi conciencia fuera una ropa sucia, mañana sería día de colada". Todo un señor y todo un hombre, que, con raíces gallegas, supo convertirse en un extremeño por los cuatros costados.