Un gato negro, un perro llamado Chispita, el horizonte imponente hasta Monfragüe y el jardín con una piscina donde vivía un pintor, una leñera donde habitaba un poeta, un huerto que fue morada de un músico. En la vecindad, un pintor húngaro y una iglesia en ruinas propiedad de una dama francesa. En lo alto, las almenas del castillo, el graznido de los grajos y los olivos en la escarpa.

Esto es Trujillo y esta es la casa de Josiane Polart Pkisnier, que llegó de Bélgica en 1962, olió el aceite, oyó el repujado del cobre, conoció a un suegro que se balanceba en una hamaca abanicándose y sintió un flechazo muy hondo, muy recio y muy literario. "Yo era la hija de un pobre minero belga, aquella primera visita me dejó trastornada y decidí que Trujillo era mi sitio".

Aquel Trujillo de los años 60 aún no estaba de moda.

-- Entonces, en la villa, en el interior de la muralla, sólo vivía la gente pobre. Eran incluso calles de mala reputación porque los terratenientes tenían allí a sus concubinas. Ningún trujillano pretencioso compraba una casa en la villa. A quienes vivían en la villa se les despreciaba. La primera persona de cierto renombre que compró en esa zona fue Javier de Sala, director del museo del Prado, ya fallecido, que adquirió una casa en el arco de triunfo y un convento que hoy es una fundación y una universidad popular. Llegó después un inglés, compró la casona de Francisco de Orellana, la ha separado en casas y las vende. Una de las compradoras fue la ministra de Educación, Pilar del Castillo, que hace cuatro años, justo antes de las elecciones generales, compró una casa muy bonita con balcón y puerta en esquina en la calle de la Paloma. El decorador portugués Duarte Pinto Coelho (entre sus amistades cercanas está la reina doña Sofía) también compró y restauró un convento; Vargas, el diplomático catalán, igualmente, etcétera. Después está la zona de las viñas, en el llamado Pago de San Clemente, a 15 kilómetros por la carretera de Guadalupe. Allí había unos pequeñitos lagares de los terratenientes trujillanos que ahora son casas de lujo. En esa zona viven el escritor Andrés Trapiello, el hijo de Javier de Sala, varios pintores, extranjeros que tienen casas rurales...

EL INGLES COFRADE

¿Cómo se relacionan esas personas con los trujillanos?

-- Hay de todo. El inglés que restaura y vende se ha introudicido en el ambiente, habla con los vecinos, se ha hecho tan español que hasta es de la cofradía del Cristo del Perdón. No es nada estirado. La ministra de Educación, Pilar del Castillo, por el contrario, no se relaciona con los trujillanos, es estirada y cuando pasas y la saludas con un buenos días, no te devuelve el saludo. Es un poco antipática. Cuando estoy con mis turistas y ella baja de la iglesia de Santa María, se esconde, quedaría muy bien si dijera hola a los turistas.

¿Son conscientes los trujillanos de la joya que poseen, colaboran en su preservación?

-- Antes se hacían barbaridades. Ahora, el señor que restaura el palacio de Escobar cometió un error y en un fin de semana se le paralizó la obra. Todo el mundo está al tanto y vigila. Pero si a un vecino le dices que quite una antena, aún le cuesta entenderlo. Ahí están los problemas con la peatonalización de la plaza Mayor, que la gente se lamenta de que esté vacía, sin coches, cuando antes era horrible y hasta se hacían allí las capeas: se ponía una plaza portátil y parecía una olla a presión. Cuando el aparcamiento subterráneo esté acabado será estupendo, pero también fue polémico porque los trujillanos querían que estuviese al lado de la plaza para poder venir a la farmacia o a por el tabaco en coche.

¿Eso de que los trujillanos son especiales, algo clasistas, es un tópico tonto o hay algo de cierto?

-- Hay un momento que los define y es cuando en la fiesta del Chíviri cantan que tienen un defecto que es que les gusta presumir. Eso me parece el colmo: no sólo son presumidos, sino que además, están orgullosos de ello. Se nota que tanto el Trujillo de Extremadura como el de Perú son aún un poco clasistas.