Relataba Séneca que al gastrónomo Marcus Gavius Aspicius le llegó la noticia que en las costas de Libia se pescaban las gambas más grandes del Imperio, por lo que fletó un barco tan solo para ir a por ellas; cuando llegó a la zona no le convenció el tamaño por lo que se volvió a Miturno, su ciudad natal. Este relato puede representar el primer ejemplo de esnobismo de la historia de la gastronomía, hecho que se ha ido repitiendo a lo largo de la historia del hombre.

Posiblemente en el siglo XVIII llegó a las cotas más altas, donde en la sociedad pululaban madamas, petimetres, afrancesados cortesanos e ilustrados y donde lo habitual entre la burguesía era consumir lenguas de gallo marinadas en agraz y miel.

Pero los tiempos cambian y, en los tiempos que andamos, los que hormiguean en la gastronomía han trasmutado sus preferencias y se dedican más a sorprender con los nombres y logotipos como reclamo publicitario, más que a construir una gastronomía que simplemente con olerla o degustarla la reconozcamos sin necesidad de artificios y abracadabras. Así, hoy encontramos los Gastrofestivales o la Gastrocultura o Gastrocine, que no es más que acompañar una buena comida con una tertulia cinematográfica o una buena película de tema gastronómico o con una buena música, pero a esto le damos el nombre rimbombante de "Menús de voz y palabra". Pero aquí no acaba la cosa gastronómica, sino que hallamos otro ejemplo de marketing: Gastrofashion, donde se quiere hacer un maridaje con "Moda y salud a bocados" donde Verino o Ruiz de la Prada se pasean entre platos y telas de colorines como si fuesen chef de diseño.

Creo que aún quedan muchos ejemplos de ese marketing superfluo que solo logra unas cuantas páginas de papel cuché, algo similar al último grito de la tontuna gastronómica: rosquilla bañada en oro y champán por el temperado precio de 100 dólares, último grito entre los neoyorkinos. Y es que muchos de los que visten la chaquetilla se han convertido en cazadores de medallas más que verdaderos artistas de sartenes.

Y ES QUE la gastronomía se ha convertido en juguete de preferencia para la "gente guapa", pues piensan que la cocina contemporánea o tradicional es cosa de marujas. Y, por otro lado, encontramos otra afectación gastronómica: restaurantes sin ruido, posiblemente para gente aburrida. ¿Acaso la sobremesa no es parte importante del acto de comer? ¿Acaso la conversación medida no es parte esencial de la relación humana frente a un buen bocado?