"Barrancos explica la clase de vinculación que algunos extremeños hemos defendido siempre que debe existir entre Portugal y España.". Así resume el historiador extremeño José María Lama las razones por las que esta localidad portuguesa merece que se le otorgue la Medalla de Extremadura, una propuesta surgida a principios de año y que cada vez va concitando más adhesiones.

Para Lama, que es secretario de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Zafra, el reconocimiento a Barrancos debe realizarse no solo en agradecimiento por el episodio de solidaridad vivido durante la guerra civil, cuando más de mil personas salvaron la vida al ser acogidas allí, sino porque "es un pueblo fronterizo en todos los sentidos de la palabra. Reúne tradiciones tanto españolas como portuguesas, pero es que además tiene hasta por su propio dialecto, el barranqueño. Queremos que se valore su carácter mixto". A su juicio, ni el que se trate de una población ni el que esta sea portuguesa, deben constituir un obstáculo para la concesión de la medalla: "Ya se le ha dado a otra localidad, Talayuela, y también a Mario Soares, que es portugués", argumenta.

"Las relaciones con Barrancos siempre han sido extraordinarias.", asegura Víctor Morera, alcalde de la cercana población de Oliva de la Frontera. Buenas relaciones a pesar de que la comunicación no es fácil, ya que no existe una carretera que una ambas localidades --"Una tradicional reivindicación", puntualiza--, por lo que los oliveros tienen que llegar a Barrancos a través de la cercana localidad onubense de Encinasola. Morera explica que desde hacía tiempo "teníamos la sensación de que había que hacer algo" para reconocer el carácter solidario del que históricamente ha hecho gala Barrancos. Por eso, a la petición de medalla, se sumará en unos meses la construcción en Oliva de un monumento de agradecimiento.

Por su parte, Antonio Tereno, alcalde de Barrancos, indica que es "un gran honor que se hayan acordado de este pueblo", aunque añade que, más allá de reconocimientos, "lo realmente importante es lo que hicieron nuestros antepasados". En este sentido, apunta que en Barrancos siempre se ha practicado "una solidaridad activa" con las poblaciones vecinas. "Nunca han existido las fronteras, ni hemos vivido de espaldas a España", concluye.

Barrancos ha servido en numerosas ocasiones de refugio para extremeños que, por una causa u otra, se veían obligados a huir de España. Lo fue a principios del XIX, por ejemplo, para los liberales que escapaban de los Cien Mil Hijos de San Luis, y poco antes de la guerra civil también para los propietarios de tierras que huían de las revueltas agrarias. "Los mismos ejércitos portugueses han llegado a saquear Barrancos en varias ocasiones porque allí se habían refugiado castellanos", dice el alcalde de Oliva.

Pero el episodio más conocido, y el que está propiciando más apoyos para que a Barrancos le den la Medalla de Extremadura, es el que hizo posible salvar la vida a más de un millar de refugiados que escapaban del ejército franquista a fines de septiembre de 1936. Procedían en gran parte de poblaciones cercanas, como Villanueva del Fresno, Oliva de la Frontera, Valencia del Mombuey o Jerez de los Caballeros, los últimas de la región en ser tomadas por las tropas de Franco.Hasta ese momento, la práctica habitual en Portugal era la de devolver a España a los refugiados civiles que cruzaban la frontera, lo que en realidad era casi como condenarlos a muerte, ya que, en su mayor parte eran fusilados de inmediato. Sin embargo, en el caso de Barrancos, estas mil personas fueron agrupadas en dos campos de acogida acondicionados en la frontera del río Ardila, frontera natural entre los dos países.

Allí fueron defendidos de los ataques de las milicias falangistas por los militares lusos, al mando de los tenientes Antonio Agusto de Seixas y Oliveira Soares. Este último llegó incluso a acercarse a las posiciones españolas para asegurar que, si se volvían a repetir los disparos desde el otro lado de la frontera, responderían abriendo fuego con sus ametralladoras. "Estábamos escondidos detrás de las piedras y nos empezaron a disparar los falangistas desde España. Se montó en el caballo y se fue a ellos", recuerda Manuel Méndez, que vivió esta experiencia con 20 años --ahora tiene 92-- junto con su hermano menor. Manuel había tenido que huir de Oliva de la Frontera por su pertenencia al sindicato UGT. Dos compañeros suyos que intentaron refugiarse con anterioridad en Barrancos, no tuvieron la misma suerte. Fueron devueltos y fusilados.

Pero el apoyo a los refugiados no llegó solo desde los militares. "Gente de Barrancos hizo suscripciones para poderlos alimentar", reseña Angel Hernández, uno de los directores del documental Los refugiados de Barrancos. "Mi abuela era una viuda que vivía con cuatro hijos en una casita pequeña. Acogió en ella a diez españoles, dos familias grandes, durante muchísimos meses", rememora el alcalde de Barrancos. "El cura llevaba comida a los refugiados, y el médico, que era de derechas, también fue solidario siempre. La población se volcó toda", agrega.

Uno de los campos, el de Coitadinha, en el que se albergaban unas 700 personas, fue reconocido por el Gobierno portugués. Sin embargo, el teniente Seixas decidió, por razones humanitarias y de espaldas a sus superiores, crear otro campo, el de Russianas, en el que se acogió a otras 400.

A que los refugiados no fueran devueltos a España contribuyo en buena medida la repercusión internacional que tuvo el conocimiento de los sucesos acaecidos durante la toma de Badajoz. "Al Gobierno de Salazar no le interesaba que otra cosa parecida volviese a suceder", argumenta Angel Hernández. De esta forma se entablaron relaciones con la República para poder enviar a toda esa gente a algún puerto que aún estuviese bajo su control. Se escogió el de Tarragona.

Pero antes había que llegar a Lisboa. Y es ahí donde surgió un problema con los refugiados de Russianas, con los que no se contaba y para los que, en principio, no existía medio de transporte. El propio teniente Seixas y su hijo mayor tuvieron, incluso, que conducir sendas camionetas para poder trasladarlos. Más adelante, como castigo por lo sucedido, Seixas sería sometido a un interrogatorio militar, suspendido dos meses y obligado a pasar a la reserva.

El trayecto de Lisboa a Tarragona se realizó en el barco Nyassa. "Me maree. Casi todo el camino fui devolviendo", declara Manuel Méndez. Una vez en Tarragona, Manuel pudo cambiarse de ropa --muchos de los refugiados llevaban cerca de un mes sin poder hacerlo-- y acabó como voluntario en el frente del Ebro. La travesía del Nyassa fue tomada como excusa por el Gobierno de Salazar para romper relaciones con la República ya que, falsamente, se acusó a los refugiados de haber intentado hacerse con el control del barco.

Una vez acabada la guerra, Manuel Méndez, tras pasar por el campo de concentración de Alicante, volvió a Oliva, donde montó una bodega de vinos y mistelas. La suya fue una de las más de mil vidas que pudieron continuar gracias a lo que sucedió en Barrancos. "Hay historias preciosas, y gente que aún hoy vive gracias a lo que pasó allí", dice Víctor Morera.