TEtn mi infancia escuché una frase que me hizo pensar mucho: "No es más pobre el que menos tiene, sino el que menos da". Años después, descubrí que en la Biblia también se nos hablaba de esta idea y de la gran diferencia entre quienes dan lo que les sobra y quienes dan lo poco o lo único que tienen. Actualmente, la verdadera importancia de la frase, para mí, no radica en el acto mismo de entrega o en el intento de contrarrestar el estado de pobreza, sino en el sentido íntimo de hacerlo y en el intento de compensar la condición de egoístas de los no pobres con respecto a quienes esa propia condición histórica ha empobrecido.

La vida y las personas que me rodean me han hecho aprender con los años que siempre hay extremos de pobreza contra los que cualquier ayuda es poca, da igual, llegado el caso, si provienen de la generosidad sincera, de la solidaridad necesaria o de una simple autolimpieza de conciencia, muy dada en la sociedad que hemos construido, en torno a valores de diferencia de clases y competencia entre individuos. E, igualmente, a lo largo de mi vida he aprendido que, por regla general, donde hay pobreza hay también humildad, comprensión y amor entre los pobres y, donde hay riqueza, suele haber egoísmos, odios y envidias entre los ricos.

El hombre acomodado, como es la clase de hombre medio europeo preponderante, es decir, con sus necesidades básicas de alimentación, hogar y ropa cubiertas y con unos sistemas sanitarios, de educación y laborales bien establecidos socialmente, ha ido acumulando una deuda histórica moral con los hombres medios de otras sociedades no tan acomodadas, incluso subdesarrolladas, esclavizadas y negadas al progreso por intereses externos, a cambio de explotar sus recursos naturales y, mucho peor, sus recursos humanos. Esta deuda histórica da un sentido nuevo a aquella frase que yo escuché en mi infancia: "No es más pobre el que menos tiene, sino es que más pobreza genera en otros" o, por extensión, "No es más rico el que más tiene, sino el que menos pobreza genera".

XDESDE ELx momento que un hombre o mujer de clase media o alta o incluso de clase pobre pero dentro de una sociedad acomodada toma conciencia de esto, el cambio social es posible pues el cambio individual se ha producido. ¿Es necesario que haya gente muriendo de hambre para que otros puedan tener gasolina para sus coches o bolsas de plástico para su vida diaria?, ¿Es necesario que haya más de ochenta guerras civiles en la actualidad, de las que ningún medio de comunicación suele hablar, para que haya paz y bienestar en la otra cara del mundo?, ¿Es realmente necesario que diariamente mueran miles niños por enfermedades que aquí se curarían con una simple pastilla o con la potabilización del agua?, ¿Es necesario que tantos millones sufran para que unos pocos vivan acomodadamente?... Me hago estas dolorosas preguntas cada día.

La solución no la tiene esa cúpula minoritaria, ni mucho menos los de la base de la pirámide, sin fuerzas ni recursos ni más interés que sobrevivir. La solución, posible y más sencilla de lo que podemos pensar desde la soledad y la comodidad de nuestras conciencias de individuos sociales, está en el centro de la pirámide, en las clases medias, en las clases obreras y en las sociedades, como la nuestra, no tan pobres como para no tener nada que dar o, dicho de otro modo, nada que mejorar, menos aún si hay voluntad de hacerlo.

Me gustaría dar respuesta a mis propias preguntas, pero sé que muchas no se pueden alcanzar individualmente, sino con un cambio global. Eso se conseguirá viendo el mundo como un organismo completo y unitario, pues verdaderamente lo es (las fronteras las ha inventado el hombre y no se ven desde las alturas), y comprendamos que un organismo así no puede mantenerse sano por mucho tiempo si todos queremos ser ombligo y no mirar hacia al corazón o las manos o la cabeza, tan dañadas por siglos de historia tristemente equivocados.

¡Mucho cuidado con lo que nos han hecho creer! No es lo mismo ser pobres que estar empobrecidos. No es lo mismo ser miedosos, que estar amedrentados. No es lo mismo estar en guerra que ser quereros. No es lo mismo ser diferentes que ser diferenciadores. Las sociedades las hacen los hombres y a los hombres los hacen deseos y los intereses. Por desgracia, esos deseos e intereses de una minoría prevalecen ante los deseos e intereses generales, que deberían reinar por sentido común y por empatía con lo que somos: la especie humana, una suma riquísima de países, culturas, religiones, razas, etc. pero sobre todo una misma esencia viva con millones de formas, colores y sabores, no en el sentido diferenciador, sino en el sentido unificador de un solo mundo maravilloso. Todavía, maravilloso.

XALGUNOSx domingos se me hace muy corto el espacio que este periódico me ofrece para abordar ciertos temas y preocupaciones personales. La conclusión de mi artículo de hoy la resumiré con una frase, que creo que sería la ideal para compensar mi experiencia de un mundo dividido por deseos de unos pocos y mis deseos de un mundo mejor por deseos de la mayoría: "No es más pobre el que menos tiene, sino el que menos comparte lo que tiene".