Aún no era su último día de trabajo, pero como si lo fuera. Claudio Sánchez será uno más de los 125.000 parados de la región a final de mes después de haber trabajado 38 años en la factoría de Carcesa de Mérida. Solo tiene 51 años, pero le ha tocado. No se explica cómo, pero así ha sido. Se queda sin trabajo. "Se acabó. A ver cómo se lo digo ahora a mi mujer", decía ayer a la salida de su turno, casi sin creérselo todavía. El es uno de los afectados por el ERE en el que está inmersa la empresa del grupo Nueva Rumasa en la región.

Y no es el único. En total, casi un tercio de la plantilla, 31 fijos y 63 discontinuos se irán a la calle por la mala gestión que la familia Ruiz-Mateos ha hecho de las factorías de Apis y Fruco en la región. Ellos lo saben y por ello, su indignación y enfado es aún más grande. Ayer por la mañana conocieron los nombres de las personas que finalmente se acogerán a la reducción de plantilla y a la salida del primer turno, hacia las dos de la tarde, los ánimos estaban por los suelos. Salían a la calle cabizbajos, apenas sin articular palabra y en algunos casos, con claros síntomas de haber llorado. Y es que, pese a que sabían que "era un bombo donde estaba el nombre de todos", sale gente que no esperaban.

Es el caso de Claudio, que tiene 51 años y dice que "le hacen polvo la vida". Sale del trabajo acompañado por José María Fernández, su compañero de toda la vida en la fábrica. En la mano trae una carta que no le da miedo mostrar. Es la notificación que le confirma que forma parte de la lista de los que se van, su "carta de despido", dice él mismo. Su amigo José María, pese a que es más mayor (tiene 54), se queda. Entraron juntos de aprendices y dice que "le echará de menos, claro". Claudio cree que es una injusticia. "¿A dónde voy yo ahora? Si no sé hacer otra cosa", dice. "Si no hay trabajo para los jóvenes, ¿cómo lo va haber para mí?", reclama enfadado. El y su amigo denuncian los criterios con los que se ha llevado a cabo el ERE y dicen que hay gente mayor de 55 años que se queda y otros más jóvenes, como Claudio, que se marchan.

En la misma situación se encuentra Mariano González. Vecino de Mérida, llevaba trabajando en la empresa 18 años y se queja de que "ahora le echan como a un perro". "Me lo esperaba y no, porque después de toda una vida trabajando aquí...", concluye.