Tres mujeres. Tres generaciones. Les separa el tiempo, pero por mucho que se empeñe el calendario en alejarlo todo, les enlaza algo más potente. Algo que sobrepasa a cualquier reloj. La lucha. En su caso, una que no acaba nunca. A María José Barrantes (57 años), Vanesa Lesme Cohene (34 años) y Alaine Álvarez (21 años) les une una realidad semejante. Las tres viven en Extremadura, entre Cáceres, Badajoz y Plasencia, y son mujeres LBT, unas siglas a menudo invisibles y que el colectivo este año con motivo del Orgullo ha querido poner en mayúsculas, más aún si cabe.

En 1969, año en el que se produjeron los disturbios de Stonewall, el germen de la celebración del 28 de junio, María José ya había nacido. Ella creció sin referentes. «Ni en el colegio ni en mis círculos». «Todo estaba muy oculto». Fue a los 25 años cuando conoció a la que es su pareja desde hace más de treinta años, y reconoce que los inicios no fueron fáciles. «Compartíamos piso y me di cuenta de que me había enamorado de una mujer, las dos estábamos confusas, iniciamos una relación oculta». Fue en una época en la que aún quedaban rescoldos de la Ley de Peligrosidad Social, que estuvo vigente hasta el 88 y no se derogó completamente hasta el 95.

María José Barrantes (54 años), mujer lesbiana, en el muro de la diversidad de Plasencia. (Foto: Toni Gudiel)

Vanesa nació unos años más tarde pero su realidad tampoco fue cómoda. En Extremadura lleva viviendo desde 2014 y no fue hasta el año pasado cuando reconoció abiertamente ser bisexual. Lo hizo precisamente el día del Orgullo. En el país en el que nació, Paraguay, el colectivo LGBTI vive entre los ataques y el olvido. «En mi país no pude vivir mi orientación sexual de forma libre y tranquila». Para la más joven, Alaine Álvarez, con tan solo veinte años, el camino debería haber sido más sencillo pero lo cierto es que también fue uno cargado de dificultades. Nació en Cuba y ha vivido desde los 6 años en Badajoz. «Desde que nací, tenía actidudes y patrones femeninos y el médico dijo que había un problema y me mandaron medicamentos que me provocaron hiperactividad, algo muy común en las personas trans, llevaba el pelo rapado, tenía que hacer cosas de chicos, mi madre por desconocimiento pensaba que estaba haciendo lo mejor para mí, luego me dejó de dar las pastillas y en la adolescencia empecé a experimentar, con el pelo, con la vestimenta y me dije que esto iba mucho más allá de lo que yo pensaba, tenía que dar un paso más, era una voz interna que decía eres una mujer»

Vanesa Lesme Cohene (34 años), mujer bisexual, en Cáceres. (Foto: Francis Villegas)

Las tres coinciden en que el proceso sobre su orientación y su identidad fue largo y duro. «Creces viviendo reprimida, yo estaba muy perdida hasta que entendí que yo no tenía ningún problema, que el problema nos lo crea la sociedad diciendo que nuestros cuerpos tienen que ser de una determinada manera», sostiene Alaine. Por su parte, María José relata que «lo primero fue asimilarlo» y recuerda «el miedo». «No por nosotras, sino porque le pudieran hacer algo a nuestra familia», apostilla. En su caso, «todo el mundo lo sabía» porque su pareja era de una zona rural y «en los pueblos todo se sabe». En 2010, cinco años después de que se aprobara la ley de matrimonio homosexual que este año cumple 15 años, se casaron «en secreto» para su madre, que se enteró con 83 años y reaccionó con todo el apoyo que una madre puede ofrecer. Lo mismo ocurrió en su trabajo. «Quiero mis días de vacaciones porque me caso», le dijo a su jefe. «Lo tengo que poner a en la planilla y lo van a ver todos», le respondió. «Yo me caso por unos derechos y si no, mal empiezo», añadió María José. «Eres una valiente», le dijeron.

Alain Álvarez Fernández (21 años), mujer trans, en Badajoz. (Foto: Antonio Hernández)

Vanesa, por su parte, al hecho de ser mujer migrante, le añade que, «a diferencia de las demás compañeras del colectivo, vicisitud de que la bisexualidad se asocie «a la promiscuidad o a un momento de transición». «He pasado por muchas situaciones en las que me han cuestionado o me han hecho preguntas que no venían a lugar».

En este recorrido, a menudo empedrado, se han apoyado de los colectivos como Extremadura Entiende y Fundación Triángulo, --«me salvaron la vida», apunta Alaine--, sin los que no hubieran dado pasos seguros. También se han apoyado en la lucha feminista. En ese sentido, y sobre el debate interno que se ha generado en los últimos años, las tres son claras. Feminismo y colectivo LGBTI deben «ir de la mano». «No podemos permitir un feminismo que no incluya, ninguna lucha es individual, es colectiva»», apela Vanesa. «Desde que empezó, el feminismo es burgués, las negras, las lesbianas fueron excluidas, ahora hay corrientes que ven la diferencia entre gestantes y no gestantes y la realidad es muy variada, las mujeres trans sufrimos más paro, más agresiones, el 80% se dedica a la prostitución porque no tiene alternativa, y todo parte de una desestructura social, el feminismo no puede dejar de lado a las mujeres trans porque deja de lado problemas relacionados con el machismo, y mientras nos centramos en los conflictos, el único que gana es el patriarcado», añade Alaine.

Sobre la realidad actual, un año en el que los colectivos denuncian un repunte de los delitos de odio y el auge de la ultraderecha, María José, la más veterana, reconoce que ha conocido épocas «más tolerantes» y confiesa que «desde hace cinco años para acá» le cuesta más ir con su pareja de la mano o darle un beso. Dentro de esta misma realidad, incide también el debate sobre las personas LGBTI de más de 55 años, otro de los aspectos más controvertidos para el colectivo, ya que, según informes de la FELGTB, sufren el triple de depresión y ansiedad y se ven obligados a ocultar de nuevo su identidad y su sexualidad. «Después de luchar tantos años, tengo miedo, lo pienso, lo veo más cercano y yo no quiero tener que ocultarme de nuevo ni volver al armario».

Visibilidad y educación

En cuanto a la visibilidad, aseguran que por fortuna cada vez hay más referentes, pero pocos aún en el caso de las mujeres LBT. Al respecto, Alaine hace mención a su importancia de tener «no visibilidad en si sino buena visibilidad». «El 80% personas no tienen a su alrededor a personas trans la única manera es llegar a través de los medios, debido al machismo siempre se ha caricaturizado y es motivo de burla, todos los papeles sobre mujeres trans que ganaron Oscars eran hombres mientras las actrices trans tienen un 90% de paro», manifiesta.

Así, para evitar tanto la intolerancia como el olvido, la única arma, coinciden, es la educación desde la infancia. «La educación es clave para acabar con el acoso, con el odio y con el aislamiento rural, donde ser LGBTI es más complicado», apunta María José. «Yo como madre lo hago dentro de mi casa», anota Vanesa, pero insiste en que la importancia de la labor en las escuelas. «Hay que mostrarle a los más pequeños que hay otras identidades y formas de relaciones, los jóvenes son quienes realmente pueden hacer los cambios». Mientras tanto, ellas siguen y seguirán luchando para que, esperan, esa lucha en un futuro acabe. «Tenemos que seguir adelante, nos movemos o daremos pasos para atrás y eso no lo podemos permitir».