Las narices electrónicas que llevan años desarrollando en este grupo de investigación extremeño están lejos aún de poder identificar los 65.000 olores diferentes que es capaz de detectar la nariz humana ni tampoco tienen esa componente subjetiva que también está involucrada en el sentido olfativo, pero cuentan con otras ventajas que hacen muy interesante su desarrollo. Entre ellas está, por ejemplo, que no llegan a saturarse cuando se huele de forma continua. Y esa capacidad es la que se está aprovechando en otra de las investigaciones que tiene en marcha este grupo de la UEx. «Nos acaban de dar un proyecto para detectar mediante el olor la calidad de los tapones de corcho que acaban estropeando los vinos y que es un problema muy común en la industria

corchera y vinícola». Para este fin, el grupo va a intentar desarrollar dispositivos que permitan analizar el corcho de cada tapón para poder desechar aquellos defectuosos y evitar los perjuicios que esto trae a bodegas, empresas de corcho, hosteleros... «Esto no se podría hacer con una nariz humana porque cuando has olido tres o cuatro corchos tu olfato ya está saturado y no hueles nada, la nariz electrónica no se cansa como la humana», explica Jesús Lozano.

Junto a este nuevo reto por delante, el grupo extremeño también tiene en marcha otros dos proyectos: uno europeo para desarrollar pequeñas narices electrónicas que puedan llevar los ciudadanos encima y sean capaces de determinar por el olor la calidad del aire que están respirando por la calle; y un segunto proyecto, en colaboración con el CSIC, para detectar determinadas enfermedades a través del olor que desprende el aliento. «Hay patologías como el asma o otras respiratorias que generan una serie de compuestos orgánicos volátiles como acetona o tolueno que se pueden percibir a través del aliento y que no generan los indiviuos sanos».